Mostrando entradas con la etiqueta Roberto Camardiel. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Roberto Camardiel. Mostrar todas las entradas

miércoles, 22 de diciembre de 2021

Bahía de Palma (1962)




Director: Juan Bosch
España, 1962, 97 minutos

Bahía de Palma (1962) de Juan Bosch


El mismo equipo de guionistas que había escrito El último verano (1962) fue el responsable de esta otra muestra de cine turístico, ahora centrada en un virtuoso pianista (Arturo Fernández) que, tras una traumática experiencia que no se desvelará hasta prácticamente el final de la película, decide aparcar durante un tiempo su prometedora carrera como concertista para ganarse la vida tocando música ambiental en una selecta sala de fiestas de la capital balear.

La presencia de Cassen en el reparto (en el papel de batería de la banda y fiel amigo del protagonista) confiere a Bahía de Palma (1962) una cierta comicidad que contrasta con el drama de un hombre abocado a dos frentes bien distintos: por una parte, lidiar con la fierecilla Olga (Elke Sommer), engreída hija de papá acostumbrada a hacer lo que le da la gana, y, por otra, recuperar la confianza en sí mismo que le permita volver a estar entre los mejores intérpretes de Chopin del mundo.



Ciertamente, el compositor polaco está muy presente en la película, desde las escenas rodadas en la cartuja de Valldemossa hasta los diferentes motivos (Tristesse, el Preludio nº 16) recogidos en la banda sonora y que culminan con la espectacularidad del Concierto para piano y orquesta nº 1 interpretado (según se indica en los títulos de crédito iniciales) por la Sinfónica de Barcelona.

Idilios estivales con el colorido telón de fondo de las playas mallorquinas: he ahí la fórmula que Juan Bosch, el otrora maestro del cine policíaco, puso en práctica a partir de la década de los sesenta para deleite de un tipo de espectador dispuesto a dejarse embelesar por las lindezas del paisaje y las curvas de las suecas. En ese aspecto, Bahía de Palma pasa por ser el primer filme español en el que aparece una actriz en bikini: dudoso honor para una cinta cuyo argumento giraba en torno al complejo de culpabilidad de su atormentado protagonista.



martes, 21 de diciembre de 2021

El último verano (1962)




Director: Juan Bosch
España, 1962, 92 minutos

El último verano (1962) de Juan Bosch


No deja de ser curioso que, coincidiendo con el solsticio de invierno (por lo menos aquí en el hemisferio norte), nos haya dado por comentar El último verano (1962), una de esas cintas playeras sobre turistas enamoradas y galanes con aires de playboy en las que este último papel solía ser interpretado por Arturo Fernández. Actor que, sin embargo, había destacado, hasta muy poco antes, en producciones de corte policíaco que poco o nada tenían que ver con el colorido de dramas románticos como el que nos ocupa.

La trama, fruto de un guion coescrito entre Manuel Vela Jiménez, José Luis Colina y el propio Juan Bosch, resulta un tanto folletinesca: una joven francesa llamada Susanne (Jeanne Valérie) rememora su llegada, dos años atrás, al pueblecito de la Costa Brava en el que su madre (María Asquerino) regenta, desde hace casi una década, un modesto hotel frente al mar. En realidad, el objetivo de la muchacha no es otro sino persuadir a la mujer para que regrese junto al padre (Jorge Rigaud), tarea nada fácil puesto que Monique mantiene una relación sentimental con un apuesto chico un tanto casquivano.



Ni que decir tiene que, mal que les pese, Jaime (Arturo Fernández) y Susanne se sentirán de inmediato atraídos el uno por el otro, suscitando así no sólo la rivalidad entre madre e hija, sino todo tipo de celos y prejuicios entre unos personajes a los que, en el fondo, les cuesta asumir la libertad de las mujeres en materia afectiva.

Rodada en diferentes enclaves del litoral ampurdanés (Tossa de Mar, Sant Feliu de Guíxols, Palamós, Calella de Palafrugell...), la película muestra una incipiente industria turística de sol y playa especialmente concebida para atraer visitantes extranjeros. Buena prueba de ello (y de su evidente condición de postal repleta de tópicos) es el innecesario número flamenco protagonizado por La Chunga.



jueves, 17 de septiembre de 2020

Un hombre llamado Flor de Otoño (1978)




Director: Pedro Olea

España, 1978, 100 minutos

Un hombre llamado Flor de Otoño (1978)
de Pedro Olea


Barcelona, años veinte. La alta burguesía catalana contempla admirada las oscilaciones del huevo que flota sobre el chorro a presión de una fuente en el claustro de la catedral. Ambiente festivo de Corpus, matinal y cándido, que contrasta vivamente con los ambientes subterráneos del Barrio Chino, en cuyos cabarets habitan sórdidas criaturas de la noche. Dos mundos radicalmente opuestos, uno apolíneo, el otro dionisíaco, que, sin embargo, comparten más vasos comunicantes de los que la mojigata moral al uso y la hipocresía imperante están dispuestas a admitir…

Con Un hombre llamado Flor de Otoño (1978), el bilbaíno Pedro Olea y su guionista Rafael Azcona abordaban un tema que, apenas unos años antes, habría sido del todo impensable en el aburrido panorama de la cinematografía nacional. Nada más y nada menos que las andanzas de un abogado de buena familia, defensor de los obreros anarquistas e incluso libertario, él mismo, dispuesto a atentar contra la vida de Primo de Rivera, que, cuando el sol se pone, se viste de mujer para llevar una vida paralela a la diurna, aunque igualmente transgresora.



Basada en una pieza teatral por entonces inédita de Rodríguez Méndez, y que tardaría años en estrenarse, tanto los personajes como las situaciones que describe el filme se inspiran en hechos reales, propios de una época convulsa. A este respecto, el momento histórico en el que se rueda la película, Transición de destape y aires reformistas, conecta de pleno, en cierta manera, con aquella otra España prerepublicana, latifundio señorial de monárquicos decadentes y terreno abonado para dictablandas.

También el papel de Pepe Sacristán, extremo y entrañable a partes iguales, es de los que ayudan a encumbrar la carrera de un actor, al igual que el que interpretara, aquel mismo año, en El diputado (1978)

Tema tabú, el de la homosexualidad, que, unido al del travestismo y la subversión política, da como resultado un cóctel explosivo, con cameo incluido de Pedro Almodóvar (cuando éste era todavía un perfecto desconocido), amén del "retrato intermitente", similar al que Ventura Pons llevó a cabo en Ocaña (1978), de un individuo profundamente unido a su madre.



martes, 25 de agosto de 2020

La leyenda del tambor (1981)




Título original: El timbaler del Bruc
Director: Jorge Grau
España/Méjico, 1981, 98 minutos

La leyenda del tambor (1981) de Jorge Grau


Hay quien asegura que esta historia no es cierta y que el niño del tambor jamás existió, pero es ésta y no otra la leyenda que el pueblo ha querido tener. Y no hay que olvidar que los pueblos suelen escribir la historia con su propia sangre...

No fue ésta la primera ni tampoco la última vez en que la celebérrima figura del niño héroe, capaz de amedrentar él solo a las tropas napoleónicas con el único auxilio de su tambor, servía de base para la realización de una película. Mucho antes que Jorge Grau, el también catalán Iquino ya tuvo ocasión de recrear el mito en El tambor del Bruch (1948) y, en fechas más recientes, fue el actor Juan José Ballesta quien se metió en la piel del aguerrido tamborilero en Bruc: El desafío (2010).

Dotada de la presencia de una voz en off que abre y cierra el relato, la versión que nos ocupa adolece de un cierto toque didáctico en forma de pincelada aclaratoria que ayude al espectador a situarse en el contexto histórico de la Guerra de Independencia. Conflicto cuyo origen obedeció a muy diversas causas, pero que en esta coproducción hispanomejicana quedaba restringido a la consabida proeza de los somatenes que, en 1808, decidieron levantarse en armas contra la presencia del invasor francés en suelo patrio.



El honor de interpretar a tan insigne personaje le correspondió a Jorge Sanz, otro niño prodigio que, por aquel entonces, se hallaba en los inicios de su carrera, mientras que en el papel de abuelo encontramos nada menos que a un veterano Alfredo Mayo con barretina, estampa insólita tratándose del mismo intérprete que, en su día, dio comienzo a su andadura profesional encarnando al prototipo de héroe franquista en cintas de exaltación militar.

La presencia en el reparto de otros ilustres actores como Vicente Parra (o de flamantes "promesas", hoy no menos consagradas, caso de una jovencísima Mercè Sampietro) le da más empaque que calidad a una cinta correcta, a ratos emotiva, pero que dista de encontrarse entre las mejores de su director a pesar de lo entrañable del tema abordado.


sábado, 4 de julio de 2020

Piedra de toque (1963)




Director: Julio Buchs
España, 1963, 102 minutos

Piedra de toque (1963) de Julio Buchs


Carlos (Arturo Fernández) lleva una existencia de lo más ociosa, viviendo a costa de la inmensa fortuna de su padre, un afable hombre de negocios, viudo y ya entrado en años, que, sin embargo, le dará un tremendo disgusto al hijo al anunciarle que va a casarse con su secretaria. Y es que Dora (Susana Campos), que así se llama la bella señorita, mantiene, desde hace tiempo, una relación sentimental con Carlos. Extremo que el buen hombre ignora, pero que, ante la alergia del joven al compromiso, tampoco es impedimento para que Dora acepte, dejando al pobre Carlos en la más mísera de las tribulaciones.

Cuando se estrenó Piedra de toque, debut de Julio Buchs en la dirección de largometrajes, Guinea Ecuatorial estaba a punto de inaugurar la autonomía previa a su independencia definitiva respecto al Estado Español (que se haría efectiva a partir del 12 de octubre de 1968). Por tanto, era aún, y a todos los efectos, una colonia africana cuya economía se basaba en el cultivo de extensas plantaciones de cacao como las que posee don Enrique (Alfonso Godá), el padre del protagonista.

Sin ser consciente de ello, el padre le "roba" la chica al hijo


Aparte de la exuberancia del paisaje selvático, magníficamente fotografiado en Eastmancolor por Manuel Hernández Sanjuán, el interés del filme radica en los diversos dilemas que plantea. El primero de ellos tiene que ver con el difícil proceso de adaptación de un señorito holgazán como Carlos en un entorno radicalmente distinto al de su zona de confort madrileña, si bien contará para ello con la ayuda inestimable de Montoro (Roberto Camardiel), el experimentado administrador de las fincas guineanas paternas, que tendrá la santa paciencia de ejercer de cicerone del heredero. Aunque la encrucijada que mayores quebraderos de cabeza acarrea a Carlos se deriva del hecho de haber conocido a Elena (Ángela Bravo), una joven local, hija de españoles, que trabaja haciendo portes con su destartalada camioneta. Disyuntiva que se agrava cuando Dora se planta de improviso en Guinea...

Hay, por último, mezclada con cierta dosis de religiosidad, una leve cuestión racial que implica a Carlos (cuyos prejuicios, al respecto, saltan enseguida a la vista) y al padre Antonio Anwé (el norteamericano William Marshall), misionero entrometido, perpetuamente vestido de blanco, que va a tener un papel decisivo en la aclimatación (y salvación) del indeciso: "Los plateros usan de la piedra de toque para distinguir lo que es oro de lo que tan sólo resulta ser una vulgar imitación. Ve a tu casa. Allí, frente a la mujer que en ella tienes, reflexiona, mira hondo hacia tu interior. Y, si tu voluntad te empuja de nuevo a buscar a Elena, entonces, vuelve..."


domingo, 26 de febrero de 2017

El hombre que viajaba despacito (1957)




Director: Joaquín Luis Romero Marchent
España, 1957, 80 minutos

El hombre que viajaba despacito (1957)


No se puede decir que haya envejecido muy bien esta comedia protagonizada por el sin par Miguel Gila (1919-2001). En todo caso, él sí que guardaba un grato recuerdo de ella, siendo prácticamente la única, de las veintiséis películas en las que participó, de la que solía hablar en términos positivos al cabo de los años. En fin, algo debía de tener cuando hasta el NO-DO (Nº 738 B, Año XV) se hizo eco del rodaje de sus exteriores en Móstoles.

Los créditos iniciales daban fe de otra de las habilidades del humorista, quizá menos conocida hoy en día: la de dibujante. Suyas son las caricaturas que acompañan a los nombres del reparto mientras suena la banda sonora compuesta por Jesús Franco, quien también ejerció como ayudante de dirección de Joaquín L. Romero Marchent.

Además de humorista, Gila fue también un notable dibujante

Es indudable que Gila borda el papel de pueblerino (lo interpretó, de hecho, toda la vida en sus célebres monólogos televisivos pegado al teléfono), aunque el problema en El hombre que viajaba despacito tal vez estriba en el hecho de que el guion carece totalmente de fundamento. La historia de un paisano que se casa mientras hace la mili y luego es padre, seguida del extraño periplo que debe recorrer hasta reunirse con su esposa Marta (Licia Calderón) para conocer al bebé carece totalmente de fundamento. Se podría objetar que ello es debido a que el humor de Gila tuvo siempre un componente surrealista considerable, pero aun así hay que reconocer que, cinematográficamente hablando, lo que le funcionaba a las mil maravillas sobre el escenario de una sala de fiestas o en los platós de televisión no resulta igual de convincente en pantalla. ¿Era Gila un artista que ganaba en las distancias cortas? Pues probablemente. Tal vez el cine no era el formato ideal para su humor, como tampoco puede decirse que sean hoy asumibles sus bromas sobre gitanos.

De todos modos, sí que conviene señalar algunos aciertos contenidos en el filme. Como esa escena inicial, en la que Gila se halla encaramado en el cañón de un tanque y que tanto recuerda a El gran dictador de Chaplin. O aquel payaso que interpreta en la plaza de un pueblo y que tiene algo de felliniano. Eso es lo bueno del cine: que, si uno escarba un poco, siempre salen a relucir referencias cinéfilas. Aunque estén pilladas por los pelos y sea en una película teóricamente menor.