jueves, 11 de enero de 2018

Rosencrantz y Guildenstern han muerto (1990)




Título original: Rosencrantz & Guildenstern Are Dead
Director: Tom Stoppard
Reino Unido/EE.UU., 1990, 117 minutos

Rosencrantz y Guildenstern han muerto (1990)


La única película hasta la fecha dirigida por el dramaturgo británico de origen checo Tom Stoppard fue esta adaptación de su propia obra teatral homónima. Y, por extraño que parezca, decidió que empezara y acabase al son de una antigua canción de Pink Floyd titulada "Seamus", blues de apenas dos minutos de duración y peculiar ambientación perruna con el que se cerraba la cara A de su álbum Meddle (1971). En realidad un divertimento, comparado con la profundidad mística (y, más tarde, política) de sus grandes discos conceptuales. Parece como si Stoppard nos estuviera diciendo: del mismo modo que la banda más trascendental del rock progresivo tuvo tiempo de permitirse alguna que otra humorada, yo voy a hacer ahora lo propio con el sacrosanto Hamlet de Shakespeare.

En otro orden de cosas, Rosencrantz y Guildenstern han muerto (1990) recuerda vagamente a un título español rodado más o menos por las mismas fechas: Don Juan en los infiernos (1991) de Gonzalo Suárez, otro escritor metido a cineasta. Tanto en un caso como en el otro, se aprecia una similar factura a la hora de poner al día mitos clásicos de la literatura universal, aunque tal vez Stoppard se muestre más deudor de un planteamiento pirandelliano al estilo de Seis personajes en busca de autor.



De ahí que, convirtiendo a dos secundarios de una obra cumbre en los protagonistas de una trama disparatada, se lograse infundir nueva vida a un texto que adquiría en el acto una dimensión totalmente distinta. Algo así como si los héroes hubiesen ido a pasearse al callejón del gato en un esperpento de Valle-Inclán.

En ese sentido, son especialmente fascinantes los momentos de la película en los que los actores, valiéndose de escasos recursos (un pañuelo rojo, un leve gesto...), son capaces de representar determinadas escenas teatrales en un alarde de imaginación, prueba irrefutable de la procedencia escénica de su director.


No hay comentarios:

Publicar un comentario