viernes, 26 de enero de 2018

C'est la vie (2017)




Título original: Le sens de la fête
Directores: Olivier Nakache y Éric Toledano
Francia/Canadá/Bélgica, 2017, 117 minutos

C'est la vie (2017)


Se equivoca Lluís Bonet Mojica cuando, en La Vanguardia de hoy, califica a C'est la vie de "pirueta comercial". En eso y en recordar por enésima vez el ya cansino sonsonete de que Nakache y Toledano fueron también los directores de Intocable. Porque si uno se para a pensar, bajo esa apariencia de screwball comedy hilarante con música de Avishai Cohen se esconden momentos de una conmovedora belleza rayana en lo tragicómico: pobres diablos que se esfuerzan en vano en aparentar el caché que nunca tendrán, sus personajes forman un heterogéneo grupo dedicado, con más pena que gloria, a la organización de banquetes de boda.

Encabeza el reparto Max (Jean-Pierre Bacri), ese hombre hastiado de un trabajo que no le gusta y a quien Josiane (Suzanne Clément), su compañera y amante, le ha dado un ultimátum: o deja de una vez por todas a su mujer para estar con ella o lo suyo se terminó. El fotógrafo Guy (Jean-Paul Rouve) tiene en común con su amigo Max el hecho de pertenecer a una generación analógica a la que ya hace rato que se les pasó el arroz, puesto que ni el uno ni el otro saben manejarse adecuadamente con las nuevas tecnologías: si el uno no se aclara con el corrector automático a la hora de enviar un WhatsApp, dando lugar a más de una situación embarazosa, el otro ni siquiera sabe lo que es una app...



No son los únicos desplazados: vestido con un lamentable pantalón de pijama cuando no está de servicio, al camarero Julien (Vincent Macaigne) le cuesta aceptar que ya no es profesor, razón por la que tal vez se dedica a corregir continuamente a todo el mundo. Como también resulta enormemente patético James (Gilles Lellouche), cantante de orquesta cuyo verdadero nombre es Étienne y que lo mismo canta en italiano que en portugués que en el idioma que haga falta (por supuesto, todos en su vertiente macarrónica). Se lleva a matar con Adèle (Eye Haidara), la temperamental asistente de Max, aunque ya se sabe que los que se pelean se acaban deseando y ellos no parece que vayan a ser una excepción a dicha regla. Por último, Pierre (Benjamin Lavernhe) es el arrogante novio que aburrirá a los comensales con un inacabable discurso tan pedante como soporífero.

Es, precisamente, cuando vemos a Pierre avanzar por los aires, en el momento álgido de su performance, que el espectador cobra conciencia del verdadero alcance dramático de ese grupo humano: "Y en el mundo, en conclusión, / todos sueñan lo que son, / pero ninguno lo entiende". Le sens de la fête, título original del filme, nos muestra el gran teatro de la vida, donde cada uno interpreta su papel como buenamente puede y aun arriesgándose a que todo se vaya a pique en cualquier momento. Suerte que la pareja de tamiles que forma parte de la plantilla hará las delicias de los novios con un improvisado espectáculo que viene a demostrar lo ridículo de los sofisticados preparativos en plan rococó (con palacio versallesco y lacayos con peluca empolvada) que habían planificado con tanto esmero.


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