Director: José María Martín Sarmiento
España, 1985, 108 minutos
filandón
Alteración del asturiano filazón, derivado del latín filum 'hilo'.
1. m. León. Reunión vecinal, invernal y nocturna, en la que las mujeres hilaban y los hombres hacían trabajos manuales, mientras se contaban historias.
Llamar insólita a una película como El filandón sería no menos arbitrario que injusto. Porque si uno es capaz de analizarla con un mínimo de rigor se dará cuenta enseguida de las muchas concomitancias, tanto en factura como en espíritu, que presenta con otros filmes. Habrá, quizá, quien se sorprenda de que ninguno de los que en ella participaron fuesen actores profesionales. ¿Y qué? ¿Lo eran acaso los campesinos que utilizó Pasolini para el rodaje de Il vangelo secondo Matteo? ¿Y las gentes anónimas que filmó en tantos otros títulos de su filmografía, hoy considerados obras maestras indiscutibles?
Algo parecido podría decirse de los valles del Bierzo y otras regiones de León en su día captados por la cámara de Chema Sarmiento y que harán que el cinéfilo sagaz piense de inmediato en los primeros trabajos del iraní Abbas Kiarostami, otro insigne cineasta avezado en trabajar con los lugareños de las zonas rurales de su país.
Pero, en realidad, no hace falta irse tan lejos para constatar no ya semejanzas con filmes foráneos, sino la influencia ejercida por El filandón sobre posteriores producciones del cine español. Porque algo hay de ella en dos títulos cruciales de la carrera de José Luis Cuerda: El bosque animado (1987) y Amanece, que no es poco (1989). Con ambas comparte un similar sentido del humor, así como la intervención en distintos momentos de la trama de aparecidos y otros seres venidos del más allá (caso de la pérfida jana llamada Láncara, variación terrorífica de L'enfant sauvage de Truffaut).
Tras todo lo dicho, queda claro, pues, que lo verdaderamente insólito sería no prestarle la debida atención no sólo como película, sino también como documento etnográfico y literario. Que no todos los días se consigue reunir frente al objetivo de una cámara a cinco escritores de la talla de Luis Mateo Díez ("Los grajos del sochantre"), José María Merino ("El desertor"), Julio Llamazares ("Retrato de bañista"), Pedro Trapiello ("Láncara") o Antonio Pereira ("Las peras de Dios"). Aunque sea para contarle cuentos a San Pelayo...
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