jueves, 14 de enero de 2016

Shame (2011)




Director: Steve McQueen
Reino Unido, 2011, 101 minutos

La aurora de Nueva York tiene
cuatro columnas de cieno
y un huracán de negras palomas
que chapotean las aguas podridas.

La aurora de Nueva York gime
por las inmensas escaleras
buscando entre las aristas
nardos de angustia dibujada.

La aurora llega y nadie la recibe en su boca
porque allí no hay mañana ni esperanza posible:
a veces las monedas en enjambres furiosos
taladran y devoran abandonados niños.

Los primeros que salen comprenden con sus huesos
que no habrá paraísos ni amores deshojados;
saben que van al cieno de números y leyes,
a los juegos sin arte, a sudores sin fruto.

La luz es sepultada por cadenas y ruidos
en impúdico reto de ciencia sin raíces.
Por los barrios hay gentes que vacilan insomnes
como recién salidas de un naufragio de sangre.

Federico García Lorca
Poeta en Nueva York (1929)

Shame (2011) de Steve McQueen


Quizá sería demasiado arriesgado suponer que el director británico Steve McQueen conoce la obra de García Lorca (si bien es cierto que se trata de una figura que en el mundo anglosajón ha gozado de una cierta difusión a través de algunos poemas musicados por Leonard Cohen). En todo caso, se hace inevitable no pensar en Poeta en Nueva York viendo la contundencia de determinadas escenas en una película como Shame (2011). 

Su protagonista (Brandon, interpretado por Michael Fassbender) es un tipo desprovisto de cualquier tipo de ternura, lo cual le aboca a una existencia marcada por la imposibilidad de establecer vínculos afectivos con nadie y en la que una obsesiva adicción al sexo le sirve de mecanismo de compensación. Aunque en su día a día de ejecutivo bien remunerado nada hace sospechar que Brandon padece semejante trastorno.

Ahora bien: no puede decirse que el resto de personajes de su entorno se comporte de un modo muy diferente. Tanto en su jefe como en su hermana se insinúan conductas similares, pese a que el hecho de que la historia focalice su atención sobre Brandon hace que sus deslices queden más al descubierto. El motivo de tanta falta de comunicación parece obvio: la vida en una gran metrópolis nos puede llegar a deshumanizar hasta límites insospechados "porque allí no hay mañana ni esperanza posible". Nueva York se perfila, pues, como un personaje más: el centro de un despiadado mundo capitalista "de números y leyes", "de ciencia sin raíces", donde cualquier tipo de dulzura brilla por su ausencia.

De todos modos, hay asimismo algún momento lírico que se cuela entre tanto mercantilismo. El más emotivo es, sin duda, la canción que canta Sissy (Carey Mulligan) y que hace que hasta se le escape una lágrima a su hermano Brandon (que ya es decir...)

"New York, New York..."

En el debate posterior a la proyección en la sala Laya de la Filmoteca de Catalunya, el psicoanalista Howard Rouse ha interpretado el filme a partir de la lógica del significante de Lacan, haciendo especial hincapié en el porqué de su título. Y es que en la voz shame coinciden diversas acepciones traducibles por remordimiento, pena, avergonzar, pudor, humillación, desgracia, disgusto, deshonrar... Un sincretismo que amplía el sentido de la película con diversas lecturas posibles.

Algunos de los asistentes, en cambio, han preferido señalar el marcado carácter moralista de Shame, mientras que otros han criticado la visión excesivamente frívola que se da de las mujeres (sucumbiendo a cada instante a los encantos del protagonista). Se ha relacionado, incluso, con la teoría de la vida líquida del polaco Zygmunt Bauman: ante los continuos cambios que se producen a nuestro alrededor, la principal preocupación del individuo sería la de no quedar obsoleto. Quizá sea por ello por lo que Brandon, encarnación moderna del donjuanismo, devenga en una especie de Tenorio que nunca queda satisfecho.


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