Director: Jack Arnold
EE.UU., 1957, 81 minutos
"Hay otros mundos, pero están en éste..."
Paul Éluard
Si Scott hubiese ido a buscar la cerveza, la película se habría titulado La increíble mujer menguante |
La relatividad de lo humano ya no es solamente un trasfondo conceptual, sino un entorno ficticio. Un gato pasa a convertirse realmente en un tigre; una araña, en un monstruo de pesadilla como ningún troglodita tuvo que afrontar jamás. Pues otra de las características de Matheson es que, para crear sus situaciones extraordinarias o terroríficas, no suele recurrir a mundos o ambientes extraños, sino -lo que es mucho más inquietante- se limita a alterar la perspectiva de lo cotidiano.
Carlo Frabetti
"Presentación: Hombre menguante, hombre creciente, hombre pleno, hombre nuevo"
El hombre menguante (traducción de María Teresa Segur)
Podríamos conformarnos con ver una simple película de serie B en esta parábola sobre los peligros latentes que acechan a la humanidad, pero cualquier espectador mínimamente avisado reparará enseguida en su enorme valor alegórico: rodada en plena Guerra Fría, El increíble hombre menguante plasma en imágenes la desconfianza generada por el desarrollo desmesurado de la ciencia y los hipotéticos imprevistos que pudieran derivarse de la escalada atómica entre potencias. En ese sentido, la sociedad americana fue especialmente vulnerable a dicha paranoia, siendo el cine de ciencia ficción el medio que mejor supo captarla en forma de temores irracionales. Mediante su novela y posterior adaptación a la gran pantalla, el guionista Richard Matheson incide en lo insignificante que puede llegar a sentirse el ciudadano medio frente a un mundo que percibe como potencialmente amenazante.
Hay implícita, por lo tanto, una clara voluntad de incidir en la idea de regreso a la naturaleza: Scott Carey no sólo irá menguando sino que sobre todo irá convirtiéndose gradualmente en un salvaje, una especie de hombre de las cavernas que debe aguzar el ingenio cada día para obtener alimento y vencer a los predadores que continuamente amenazan su existencia. Aunque con una diferencia capital entre libro y película: mientras que al final de la novela el protagonista se dispone a descubrir un nuevo mundo infinitesimal en el que tal vez habiten formas de vida alternativas (otras civilizaciones, otros hombres menguantes como él...), en la película Scott pone su mirada en las estrellas con la convicción de que hay un dios para el que no existe el cero. Como también resulta muy revelador el hecho de que el narrador omnisciente en tercera persona de la novela sea sustituido en el filme por una incongruente narración en primera persona del protagonista.
No tardarían en proliferar, como consecuencia del éxito obtenido por la película de Jack Arnold, las consabidas secuelas o filmes simplemente inspirados en planteamientos similares: El asombroso hombre creciente (Bert I. Gordon, 1957), El ataque de la mujer de 50 pies (Nathan Juran, 1958), La rebelión de los muñecos (Bert I. Gordon, 1958), Viaje alucinante (Richard Fleischer, 1966), La increíble mujer menguante (Joel Schumacher, 1981)… Aunque también la comedia, en un registro radicalmente distinto, como por otra parte es lógico, se haría eco del temor suscitado por el rumbo imprevisible que tomaba la ciencia. Me siento rejuvenecer (Howard Hawks, 1952) o El profesor chiflado (Jerry Lewis, 1963) son los ejemplos más célebres.
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