lunes, 6 de enero de 2020

Morir en San Hilario (2005)




Directora: Laura Mañá
España, 2005, 95 minutos

Morir en San Hilario (2005) de Laura Mañá


Más contenida que Sexo por compasión (2000), aunque igualmente deudora del universo de lo real maravilloso, Morir en San Hilario tenía quizá menos de García Márquez y más de Juan Rulfo. En ese sentido, siendo célebre el pueblo en el que transcurre la acción por su cementerio, la referencia a la mítica Comala parece más que evidente. Y no porque sus habitantes sean fantasmas, sino porque el lugar ni siquiera aparece en los mapas. 

Una confusión se encargará del resto: a "el piernas" (Lluís Homar), prófugo de la justicia más bien torpe que se ha fugado con cien millones, lo toman por Germán Cortés, pintor nonagenario que fallece, antes de lo previsto, en el tren que lo lleva a San Hilario para cumplir con su última voluntad... Un hombre que se acaba transformando en otro por el amor de una mujer (Ana Fernández). Una metamorfosis que llevará al rudo gánster a interesarse por la pintura y hasta a la confección de un mural "abstracto".



Sin embargo, otros referentes al margen de los estrictamente literarios parecen adivinarse en el guion de Laura Mañá, desde el recibimiento dispensado en la estación del pueblo a su próximo difunto por la comitiva de don Mariano (Ulises Dumont), y que hace pensar de inmediato en la de ¡Bienvenido, Míster Marshall! (1953), hasta ese villorrio medio espectral medio necrófilo perdido en mitad de la nada cuyos habitantes disfrutan de una paz que recuerda a la del Shangri-La de Lost Horizon (Frank Capra, 1937) o a la de la disparatada Amanece, que no es poco (José Luis Cuerda, 1989).

Rodada en la provincia de Jujuy (Argentina), los vecinos de San Hilario se expresan, no obstante, con una mezcla de acentos que denota su heteróclita procedencia. Forman, quizá sin ser muy conscientes de ello, una especie de secta a la que en breve llegará un intruso, como ocurría en Único testigo (Peter Weir, 1985), que termina haciendo suyos unos usos y costumbres que comportarán su propio sacrificio en aras de la supervivencia de la comunidad, pero también que se deshiele el corazón de la viuda Esther.


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