Título original: Il bidone
Director: Federico Fellini
Italia/Francia, 1955, 112 minutos
Almas sin conciencia (1955) de Federico Fellini |
La picaresca es propia de sociedades fatalmente abocadas a una necesidad atávica de supervivencia. Tanto, que, en el ámbito mediterráneo, terminó por convertirse en arte y quienes lo detentan en audaces. Véase, si no, cómo en el caso de Ulises, héroe por antonomasia en cuyo molde se forjaron todos los que han venido después, la astucia es precisamente su principal virtud.
Por muchos motivos, era inevitable que Fellini abordase, tarde o temprano, la figura del estafador. Propenso como lo fue siempre a captar galerías de tipos peculiares para sus filmes, en Il bidone el cineasta italiano centra el foco de atención sobre un grupo organizado cuyo modus operandi consiste en hacerse pasar por delegación vaticana al acecho de un tesoro enterrado o, en otras ocasiones, por altos funcionarios ministeriales responsables de asignar viviendas sociales. Y, tanto de un modo como en el otro, sus víctimas van a ser siempre los más humildes. Algo que ya prefiguraba, en cierta manera, la escena de I vitelloni (1953) en la que el personaje de Alberto Sordi, desde lo alto de un coche, hacía un corte de mangas a un grupo de operarios que está trabajando al borde de la carretera.
Sin embargo, algunos de estos individuos resulta que tienen mujer e hijos e incluso, como en el caso de Raul, alias “Picasso” (Richard Basehart), hasta inquietudes artísticas. Es el lado tierno, fieramente humano, de quien, antes que timador, es, por encima de todo, persona. Motivo por el cual han adquirido la habilidad de desdoblarse en dos existencias antagónicas, no tanto por hipocresía, sino de un modo completamente natural. Es evidente que semejante paradoja (la de engañar y robar a los pobres e ignorantes para, acto seguido, reunirse con la amantísima esposa o la idolatrada hija) tendrá que explotar en algún momento u otro por lo insostenible que resulta hacerle a los demás lo que jamás desearías para los tuyos, amén de que estos últimos —caso de Iris (Giulietta Masina) o de Patrizia (Lorella De Luca)— difícilmente aceptarán el origen fraudulento del dinero con el que se sustenta su tren de vida.
Pero Fellini cree en los “milagros”, al menos en los que propicia el celuloide, a consecuencia, esta vez, de un guion, coescrito junto a Flaiano y Pinelli, que rezuma sarcasmo, si bien con el punto justo de ternura. Acabar tus días sobre la arena de un páramo abrasado por el sol, según el modelo fijado por von Stroheim en Greed (1924), parece ser el destino de todo avaricioso. Y el Augusto al que da vida Broderick Crawford en Il bidone no podía ser menos, aunque con su negativa a entregar al clan el dinero robado esté dando a entender un arrepentimiento que, ironías del destino, llega demasiado tarde. Es apenas un destello, cierto, pero que le vale la redención al personaje ante los ojos del espectador.
Hola Juan!
ResponderEliminarPues nada, otra mas que me anoto. Por cierto, hoy viernes "El País" publicaba un interesante articulo a doble pagina sobre Fellini.
Saludos!
Sí, lo he leído. El próximo lunes, día 20 de enero, se cumplirá el centenario exacto de su nacimiento.
EliminarSaludos, Fran.