domingo, 26 de enero de 2020

Giulietta de los espíritus (1965)




Título original: Giulietta degli spiriti
Director: Federico Fellini
Italia/Francia, 1965, 137 minutos

Giulietta de los espíritus (1965) de Federico Fellini

El proceso de liberación de Giulietta no es sólo un proceso contra la figura del marido sino, sobre todo, un proceso de rehabilitación personal, una escapada de las viejas mitologías que la han encerrado en una prisión psíquica.

Àngel Quintana

Barroca, onírica y hasta psicodélica: adjetivos con los que, de un modo u otro, se podría definir una película que no es sino una declaración de amor incondicional a la musa y esposa, Giulietta Masina (1921-1994), la mujer que inspiró decisivamente a Fellini y con la que trabajaría en tantísimas ocasiones a lo largo de su prolífica carrera como cineasta.

Por su espléndido colorido, Giulietta degli spiriti es ya, en sí misma, una absoluta obra maestra cuya fotografía corrió a cargo del malogrado Gianni Di Venanzo, quien fallecería en febrero del 66, a los cuarenta y cinco años de edad, víctima de una hepatitis. Exuberante desfile de tipos y situaciones, a cuál más estrambótico, que nos irán introduciendo gradualmente en la psique de la protagonista hasta desembocar en una presunta resolución de sus traumas. 



En dicho sentido, el filme vendría a ser una suerte de terapia psicoanalítica de más de dos horas de duración mediante la que Fellini intenta exorcizar los fantasmas (y de ahí esos "espíritus" a los que alude el título) que llevan atenazando a su compañera desde la más tierna infancia: la severa figura materna, el lastre represor de la educación religiosa… Pero también la sensualidad a flor de piel, el erotismo incluso, encarnados en personajes como la voluptuosa Susy (Sandra Milo) o un seductor Jose Luis de Vilallonga.

De hecho, y en relación con lo arriba expuesto, podría afirmarse sin ambages que Giulietta… forma un interesante díptico junto con Otto e mezzo (1963), en este caso una introspección freudiana en el mundo interior del marido. Figura, por cierto, de sombra tan alargada que hasta aquí llega su influjo, habida cuenta de toda la parafernalia, con detective eclesiástico incluido, a la que se ve sometida la pobre señora con tal de conocer las infidelidades de las que es víctima.


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