miércoles, 23 de agosto de 2023

La sonriente Madame Beudet (1923)




Título original: La souriante Madame Beudet
Directora: Germaine Dulac
Francia, 1923, 38 minutos

La sonriente Madame Beudet (1923)


La pionera Germaine Dulac (1882-1942) firmaba hace exactamente cien años este bello drama mudo cuyo planteamiento deja entrever un cierto alegato feminista avant la lettre. Por varios motivos, entre ellos la sutileza con la que se sugiere el hastío de una mujer que está harta de vivir supeditada a la sombra de un marido tan zafio como mediocre. En ese sentido, la introspección psicológica de la que es objeto la protagonista queda magistralmente plasmada en imágenes mediante una continua sucesión de fantasías morbosas y remordimientos que denotan la desgarradora lucha interior en la que se halla inmerso el personaje.

Por otra parte, el hecho de que Madame Beudet (Germaine Dermoz) visualice sus fantasmas y deseos más íntimos la convierte, a ojos del espectador, en un sujeto sufriente bastante más moderno que las típicas heroínas de folletín. Circunstancia que, a nivel de puesta en escena, queda lo suficientemente remarcada por el hecho de que el hogar de la pareja, desde cuyos visillos se vislumbra a duras penas el mundo exterior, se acaba convirtiendo para ella en un espacio cerrado, casi claustrofóbico, que simbolizaría una especie de prisión de la que sueña evadirse algún día.



De hecho, el título de la película resulta cuando menos irónico, ya que en el adusto rostro de la susodicha apenas sí se dibuja una leve sonrisa cuando interpreta al piano las partituras de Debussy o al fantasear con amoríos pasajeros en brazos de algún deportista o apolíneo galán de cine. El resto del tiempo, en cambio, su cara impasible transmite la aspereza de quien padece ante la posibilidad de que sus "sueños" de liberación se acaben cumpliendo y deba, por ello, rendir cuentas ante la justicia.

En definitiva, el carácter de fantoche que adquiere la figura del marido (Alexandre Arquillière), siempre bromeando con la posibilidad de pegarse un tiro en la sien, contribuye enormemente a generar una sensación de dramatismo que la inserción de planos de recurso, como por ejemplo el péndulo o, ya en el desenlace, las marionetas que aparecen fugazmente reflejadas sobre el espejo del salón familiar, no hace más que acentuar. Y, sin embargo, la moraleja no puede ser más sarcástica, con un epílogo en apariencia "feliz", pero que da a entender cómo la fuerza de la costumbre y la hipocresía se acaban imponiendo.



2 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Como toda la obra de Germaine Dulac, pionera del cine y mujer avanzada a su época.

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