domingo, 4 de octubre de 2020

La marrana (1992)




Director: José Luis Cuerda
España, 1992, 100 minutos

La marrana (1992) de José Luis Cuerda


Road movie porcina; relectura en clave picaresca de la España de 1492: he ahí dos etiquetas que muy bien podrían definir lo que José Luis Cuerda se propuso llevar a cabo con La marrana, comedia histórica al servicio de un Alfredo Landa (Bartolomé en la ficción) que se alzó con el Goya al Mejor Actor Protagonista por su papel de rufián hambriento. Junto con él, encabezaba el reparto Antonio Resines (Ruy), otro gañán que, curiosamente, prefiere mantener con vida a la puerca con la que se dirige a Portugal, antes que sacrificar al animal para saciar en sus carnes el hambre que le acucia, dando a entender el posible origen semita del personaje.

Y es que los Reyes Católicos no sólo acaban de conquistar el reino nazarí de Granada, sino que han promulgado, además, el edicto de expulsión de los judíos. Momento clave de nuestra historia, antesala del descubrimiento de América, en el que la cámara se va a centrar en dos seres anónimos cuyas andanzas por los caminos y posadas de una sociedad convulsa arrojarán el reverso (y, por ende, la imagen verídica) de la versión idealizada que de aquel mismo período difundiría posteriormente la historiografía oficial.

Resines, Landa y Cuerda durante el rodaje


Como suele ocurrir en este tipo de producciones del cine español, la película arranca con un innecesario prólogo en el que una voz en off pone en antecedentes al espectador, recordándole las fechas más señaladas del contexto geopolítico en el que se va a desarrollar la acción. Tras lo cual, Bartolomé mira de reojo al objetivo, receloso, como si se hubiese dado cuenta de que lo están filmando. Sin embargo, lo que mira, y a quien le habla, es un hermoso pajarillo que canta desde lo alto de las ramas de un árbol. Porque al tal Bartolomé lo mismo se le hace la boca agua con las aves canoras que con las ratas malolientes: la cuestión es llenar el buche.

La relación paternofilial que se establece entre los dos protagonistas (o de "tío y sobrino", que es lo que finge el uno y acepta ser el otro) dará pie a los continuos consejos juiciosos de Bartolomé quien, a pesar de su carácter un tanto grotesco, logrará persuadir a Ruy de que olvide a la ramera de la que se ha encaprichado (Cayetana Guillén Cuervo) y convencerlo para que ambos prueben fortuna enrolándose en el viaje de Colón. Aunque siendo, como son, dos perdedores natos, no tardarán en caer en desgracia a manos de unos desaprensivos que se aprovechan de ellos, llevándose a la marrana, símbolo de su esperanza, al Nuevo Mundo. Suerte que a Bartolomé, que es un fabulador de padre y muy señor mío, no le cuesta nada rememorar su pasado como grumete en la cocina de un galeón para hacer más llevaderas las noches, con su inacabable repertorio de anécdotas, en el hospital de pobres en el que él y Ruy se reponen de sus heridas.



2 comentarios:

  1. Hola Juan!
    Creo que esta película solo la vi en el momento de su estreno, voy a tener que recuperarla.
    Al leer tu reseña me vienen a la cabeza todas esos magníficos momentos que nos ha dejado Landa en pantalla. Creo que incluso con el paso del tiempo veo con otros ojos sus papeles menos apreciados por la critica mas exigente.
    Saludos y feliz semana!

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    1. Fue un actor portentoso, encasillado (como tantos otros de su generación) en los típicos papeles de cateto bonachón que por entonces se estilaban. Sin embargo, durante su madurez tuvo ocasión de demostrar de qué era realmente capaz.

      Saludos.

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