domingo, 23 de agosto de 2015

El buen Sam (1948)




Título original: Good Sam
Director: Leo McCarey
EE.UU., 1948, 114 minutos

El buen Sam (1948) de Leo McCarey


El batacazo que se metió Frank Capra con ¡Qué bello es vivir! fue de los que hacen historia, lo cual no es óbice para que, con el tiempo y una caña, la película remontase hasta convertirse en uno de los clásicos indiscutibles de la historia del cine. Ahora bien: lo que es en el momento de su estreno, gustar lo que se dice gustar no le gustó a casi nadie.

Pues, lo que son las cosas, un par de años más tarde Leo McCarey se atrevía con un film de similares características, aunque esta vez sin la mediación de ángeles celestiales en la trama. Se trata de El buen Sam, que cuenta la historia de Sam Clayton (Gary Cooper), un hombre tan tan pero tan generoso que es incapaz de negar un favor a nadie, aunque para ello tenga que privarse él de cubrir sus propias necesidades y las de su familia. Y claro: su mujer está tan hasta el gorro de la prodigalidad del esposo que un poco más y lo manda a freír espárragos o lo que se tercie, cosa que no llega a suceder porque la historia acaba en Navidad (otro paralelismo con ¡Qué bello es vivir!) y sus deudores devuelven a Sam el dinero que se les había prestado y con el que el matrimonio Clayton, unido al crédito que a última hora les concede un banquero caritativo, podrá al fin pagar la casa de sus sueños.

"Te tengo dicho que no me seas tan dadivoso"


¿Dónde radica el fracaso comercial de ambos films? Probablemente en el hecho de que el lema implícito de la sociedad americana es "Búscate la vida" (aunque ellos prefieran denominarlo mediante el más sugestivo eufemismo de Self-made man...). De ahí que las historias de samaritanos (buenos o malos) no acaben de cuajar por aquellos lares (ni entonces ni ahora). Si a ello le sumamos, en el caso de El buen Sam, un sentido del humor más bien cínico y la cargante risa impostada de Ann Sheridan, quizá nos resulte más fácil comprender los motivos del fiasco.

Sea como fuere, lo que está claro es que McCarey (dadas sus firmes convicciones católicas, tan a menudo presentes en su filmografía) era el candidato adecuado para dirigir una película basada en el supuesto de qué sucedería si alguien se tomase al pie de la letra el consabido mandamiento de amarás al prójimo más que a ti mismo.

Duro que gana, duro que presta

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