Director: Orson Welles
EE.UU., 1948, 92 minutos
En la extensa pléyade de actores / directores que han demostrado su entusiasmo por las obras de William Shakespeare adaptándolas a la gran pantalla destacan (por reincidentes) los nombres de Lawrence Olivier, Kenneth Branagh y Orson Welles. La versión que este último dirigió e interpretó de Macbeth en 1948 destaca por partida doble: por la belleza de los versos del bardo inglés y por el atractivo de las imágenes concebidas por Welles. Se diría que su estilo expresionista se ha incluso agudizado esta vez respecto a ocasiones anteriores como El extraño (1946) o La dama de Shanghái (1947).
Y, sin embargo, se contó con un presupuesto de apenas 75.000 dólares, lo cual es irrisorio frente a las cifras que suelen barajarse en Hollywood y "nada" comparado con los 686.000 que se calcula que la RKO había puesto a disposición de Welles para rodar Ciudadano Kane en 1940. Lo cual demuestra que a veces menos es más y que más vale una buena dosis de ingenio que no de talonario. De ahí que en Macbeth se le saque tanto partido a rodar exclusivamente en estudio y a los continuos juegos de luces y sombras. De hecho, se dice que el propio expresionismo alemán había sido consecuencia en buena medida más de las tremendas limitaciones económicas derivadas de la carestía inflacionista que no de otra cosa: como todo el mundo sabe, rodar con escasa iluminación contribuye a aumentar el halo de misterio y, de paso, a reducir la factura de la luz...
Pero, al margen de las miserias con las que a menudo tuvo que lidiar Orson Welles a lo largo de su carrera, lo cierto es que no era esta la primera vez que el bueno de Orson se enfrentaba a la tragedia del rey de Escocia: ya en 1936 dirigió en el teatro Lafayette de Harlem un montaje mítico para el Federal Theatre Project con un elenco 100% afroamericano y en el que trasladaba la acción hasta una imaginaria isla caribeña en la que imperaba el vudú. Sin duda, sabía cómo impactar y no se andaba con rodeos. Porque, como recuerda Shakespeare en Macbeth:
Y, sin embargo, se contó con un presupuesto de apenas 75.000 dólares, lo cual es irrisorio frente a las cifras que suelen barajarse en Hollywood y "nada" comparado con los 686.000 que se calcula que la RKO había puesto a disposición de Welles para rodar Ciudadano Kane en 1940. Lo cual demuestra que a veces menos es más y que más vale una buena dosis de ingenio que no de talonario. De ahí que en Macbeth se le saque tanto partido a rodar exclusivamente en estudio y a los continuos juegos de luces y sombras. De hecho, se dice que el propio expresionismo alemán había sido consecuencia en buena medida más de las tremendas limitaciones económicas derivadas de la carestía inflacionista que no de otra cosa: como todo el mundo sabe, rodar con escasa iluminación contribuye a aumentar el halo de misterio y, de paso, a reducir la factura de la luz...
Pero, al margen de las miserias con las que a menudo tuvo que lidiar Orson Welles a lo largo de su carrera, lo cierto es que no era esta la primera vez que el bueno de Orson se enfrentaba a la tragedia del rey de Escocia: ya en 1936 dirigió en el teatro Lafayette de Harlem un montaje mítico para el Federal Theatre Project con un elenco 100% afroamericano y en el que trasladaba la acción hasta una imaginaria isla caribeña en la que imperaba el vudú. Sin duda, sabía cómo impactar y no se andaba con rodeos. Porque, como recuerda Shakespeare en Macbeth:
Life's but a walking shadow; a poor player that struts and frets his hour upon the stage, and then is heard no more. It is a tale told by an idiot, full of sound and fury, signifying nothing.
La estilización de los decorados denota una clara influencia del expresionismo alemán |
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