viernes, 24 de mayo de 2024

Doña Perfecta (1977)




Director: César Fernández Ardavín
España, 1977, 103 minutos

Doña Perfecta (1977) de César Ardavín


Después de media hora de camino, durante la cual el Sr. D. José no se mostró muy comunicativo, ni el Sr. Licurgo tampoco, apareció a los ojos de entrambos apiñado y viejo caserío asentado en una loma, y del cual se destacaban algunas negras torres y la ruinosa fábrica de un despedazado castillo en lo más alto. Un amasijo de paredes deformes, de casuchas de tierra pardas y polvorosas como el suelo, formaba la base, con algunos fragmentos de almenadas murallas, a cuyo amparo mil chozas humildes alzaban sus miserables frontispicios de adobes, semejantes a caras anémicas y hambrientas que pedían una limosna al pasajero. […] Llamábase Orbajosa, ciudad que no en Geografía caldea o copta sino en la de España figura con 7.324 habitantes, ayuntamiento, sede episcopal, partido judicial, seminario, depósito de caballos sementales, instituto de segunda enseñanza y otras prerrogativas oficiales.

Benito Pérez Galdós
Doña Perfecta (1876)

Novela de tesis o incluso tendenciosa, la historia que Galdós había esbozado cien años antes a propósito de las dos Españas (una intransigente, católica y reaccionaria; otra tolerante, laica y liberal) seguía plenamente vigente cuando César Ardavín, a las puertas de la Transición, decide realizar su adaptación cinematográfica de Doña Perfecta (1977). En ese orden de cosas, el personaje de Pepe Rey (Manuel Sierra) representa unos aires de renovación que la anquilosada sociedad provinciana en la que aterriza, encabezada por su tía (Julia Gutiérrez Caba) y el párroco don Inocencio (José Luis López Vázquez), difícilmente podrá asumir. De ahí que las fuerzas vivas de Orbajosa urdan las mil y una con tal de hacerle el vacío al protagonista.

Aunque no todo es intolerancia en aquel recóndito lugar, por lo que el bueno de Pepe, además de padecer la ojeriza de los corrillos, también se beneficiará de la cordialidad del un tanto extravagante Juan Tafetán (Jorge Rigaud), en el fondo otra víctima como él, y del amor incondicional de la candorosa prima Rosario (Victoria Abril), con la que entabla un apasionado romance a espaldas de la controladora madre de ésta.



Aun así, la dualidad entre progreso y oscurantismo que ponen de manifiesto los personajes arroja la impronta de un mundo hermético, impermeable a los cambios, que reacciona con recelo y hasta virulencia ante la irrupción de un advenedizo, sobre todo si se trata, como es el caso, de un joven ingeniero al que se le atribuyen ideas revolucionarias y hasta anticlericales.

En definitiva, la antigua Urbs Augusta no deja de ser un microcosmos, trasunto del conjunto de la nación, en el que ni el obtuso don Cayetano (José Orjas), más interesado en atesorar incunables que en defender la razón, ni las libidinosas Troyas (Mirta Miller y María Kosty) ni el en teoría fiel Pinzón (Víctor Valverde) ni mucho menos el traicionero e hipócrita Jacintito (Emilio Gutiérrez Caba) harán nada por impedir que se consuma una injusticia de grandes proporciones que queda oficialmente zanjada como simple suicidio.



2 comentarios:

  1. El reflejo de la España mostrenca del momento en que fue publicada la novela.

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    1. Lo que resulta bastante fuerte es que un texto decimonónico siguiese siendo válido cien años después de su publicación para ilustrar el mito de las dos Españas.

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