domingo, 5 de noviembre de 2017

Morir... dormir... tal vez soñar (1976)




Director: Manuel Mur Oti
España, 1976, 94 minutos


En el hoy y mañana y ayer, junto
pañales y mortaja, y he quedado
presentes sucesiones de difunto...

Quevedo

"Anoche soñé que volvía a Manderley..." No: eso es de otra película. Pero cualquiera que vea el plano secuencia con el que arranca Morir... dormir... tal vez soñar inevitablemente pensará en el inicio de Rebeca. Como sucedía en el filme de Hitchcock, el espíritu del protagonista vuelve a la mansión familiar atravesando la verja de entrada para reencontrarse, tras franquear el jardín donde una vez creció el árbol que su padre plantó el día que cumplió cinco años, con los recuerdos de quienes allí vivieron a lo largo del tiempo.

Y aunque el título elegido por Mur Oti para la que acabaría siendo su última película aluda directamente al monólogo de Hamlet, el modelo literario del que se sirve debe, sin embargo, más a Proust que no a Shakespeare. Porque esa casa y los fantasmas que la habitan son, en definitiva, los verdaderos protagonistas.



En ese sentido, Morir... dormir... tal vez soñar es una historia crepuscular y un tanto experimental muy en la línea de El año pasado en Marienbad (1961) o, incluso, de Muerte en Venecia (1971) por el tratamiento que se hace de la música en la banda sonora, con piezas de Schumman. Asimismo, el hecho de que esté narrada por la enfática voz en off de un difunto entroncaría con títulos clásicos como El crepúsculo de los dioses (1950), pese a tratarse de películas muy distintas.

Pero volviendo al tema central, cuando Juan (Pedro Díez del Corral) y Ana Mari (Nyree Dawn Porter) se reencuentren al cabo de los años llegarán a la conclusión, como Segismundo en La vida es sueño, de que sus respectivas vidas no han sido más que una pérdida de tiempo:

ANA MARI: Juan, ¿qué fue de nuestros sueños?
JUAN: Eso: sueños...

Al aparecer los títulos de crédito, habremos asistido a una vida entera, con sus ilusiones y sus desengaños; las generaciones se habrán ido sucediendo, pasándose el testigo del misterio de la existencia. Y al final, ¿qué queda? Nada: una casa vacía; apenas el espectro de sus antiguos moradores. ¿Ser o no ser? ¿Soñar o vivir?: he ahí el eterno dilema.


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