Directores: Benito Perojo/Aldo Vergano
España/Italia, 1939, 104 minutos
Los hijos de la noche (1939) |
Aquello de "Siente un pobre a su mesa" levantó no poco revuelo cuando Luis García Berlanga se permitió caricaturizar dicho lema franquista, destinado en un principio a tranquilizar conciencias, en su comedia Plácido (1961). Muchos años antes, sin embargo, el mismo régimen daba ya muestras de la misma obsesión caritativa al auspiciar el musical cómico Los hijos de la noche, rodado en 1939 en los estudios Cinecittà de Roma en coproducción con la Italia fascista de Benito Mussolini. Saliendo como estaba España de una cruenta guerra civil, eran habituales este tipo de películas fruto de la colaboración con la industria cinematográfica de las potencias del Eje, entonces países "amigos". Suspiros de España (1939) sería otro ejemplo célebre, rodada en la Alemania nazi y parodiada muy posteriormente por Fernando Trueba en La niña de tus ojos (1998).
Como se observa en este programa de mano, el film no solo se ambienta en época navideña sino que se estrenó coincidiendo con esas fechas |
El filme que nos ocupa, adaptación de una comedia de Leandro Navarro y Adolfo Torrado con diálogos adicionales del mismísimo Miguel Mihura, fue protagonizado por Estrellita Castro en el papel de la Inglesita y "el as de la pantalla española" (así reza en los títulos de crédito iniciales) Miguel Ligero. La trama, acompañada por la música de (entre otros) Jesús Guridi, es de lo más simple: Navidad. Mientras los ricos burgueses se regocijan en opíparos banquetes, un grupo de míseros pedigüeños se refocila con lo poco que tiene.
El punto de vista adoptado, sin embargo, es el de los parias: no hay más que reparar en que la película arranca en plena Misa del gallo, con Estrellita Castro cantando una súplica al niño Jesús para que la acorra en la adversidad. Lo cual es una forma, por otra parte, de desmarcarse de la burguesía degenerada y decadente subrayando que la Inglesita y los suyos, aunque pobres, son honrados.
Diez minutos largos transcurren hasta que, tras las dos canciones iniciales interpretadas por los pobretones, se da protagonismo al diálogo, ya en la cena de gala. Y, para mayor contraste, se realiza mediante un brindis que no tiene desperdicio: ahí se hace evidente la mano de Mihura, por lo absurdo de las palabras de don Francisco, que se dirige a la atónita concurrencia diciendo que debe matar un toro (??) o una vaca (???). Charo recibe a continuación una lujosa pulsera de diamantes, pero al espectador le ha quedado claro que don Francisco es un personaje de lo más tronado.
Acto seguido volvemos al otro extremo: seis cabezas menesterosas, filmadas en plano Nadir, se reúnen expectantes en torno a la billetera que ha robado Currichi, dejando patente la voluntad de Perojo de incorporar a su narrativa elementos visuales ligeramente vanguardistas. Pero poco dura la alegría en casa del pobre: el billete que contiene es falso, con lo que, a pesar de la euforia y el chotis, el suculento ágape se desvanece en cuestión de segundos para, acto seguido, ser expulsados de la taberna de Venancio y devueltos a la cruda realidad de chabolas, hambre y chinches.
El punto de vista adoptado, sin embargo, es el de los parias: no hay más que reparar en que la película arranca en plena Misa del gallo, con Estrellita Castro cantando una súplica al niño Jesús para que la acorra en la adversidad. Lo cual es una forma, por otra parte, de desmarcarse de la burguesía degenerada y decadente subrayando que la Inglesita y los suyos, aunque pobres, son honrados.
Diez minutos largos transcurren hasta que, tras las dos canciones iniciales interpretadas por los pobretones, se da protagonismo al diálogo, ya en la cena de gala. Y, para mayor contraste, se realiza mediante un brindis que no tiene desperdicio: ahí se hace evidente la mano de Mihura, por lo absurdo de las palabras de don Francisco, que se dirige a la atónita concurrencia diciendo que debe matar un toro (??) o una vaca (???). Charo recibe a continuación una lujosa pulsera de diamantes, pero al espectador le ha quedado claro que don Francisco es un personaje de lo más tronado.
Acto seguido volvemos al otro extremo: seis cabezas menesterosas, filmadas en plano Nadir, se reúnen expectantes en torno a la billetera que ha robado Currichi, dejando patente la voluntad de Perojo de incorporar a su narrativa elementos visuales ligeramente vanguardistas. Pero poco dura la alegría en casa del pobre: el billete que contiene es falso, con lo que, a pesar de la euforia y el chotis, el suculento ágape se desvanece en cuestión de segundos para, acto seguido, ser expulsados de la taberna de Venancio y devueltos a la cruda realidad de chabolas, hambre y chinches.
Piruli y la Inglesita registrando la billetera de don Francisco |
Tras un frustrado intento inicial de sustraerle la cartera a don Francisco (Alberto Romea), ambos bandos llegarán a un acuerdo de conveniencia. Tres de los desharrapados se instalarán en la mansión del susodicho con la finalidad de hacerse pasar por sus hijos y así continuar engañando a su hermana doña Irene (Hortensia Gelabert), que ha estado enviándole cuatro mil dólares mensuales a don Francisco desde EE.UU. a cuenta de sus supuestos sobrinos y que ahora regresa al cabo de veintidós años.
Puede imaginarse la cantidad de equívocos que generará esta farsa, con el divertido trío de pícaros intentando aparentar lo que no son y su a marchas forzadas proceso de aprendizaje, asistidos por el mayordomo Severo (nunca mejor dicho, con semejante nombre).
De izquierda a derecha: Pedro Fernández Cuenca (Severo), Miguel Ligero (Currichi), Estrellita Castro (Inglesita) y Julio Peña (Piruli) |
Ya en la imponente mansión de la calle Velázquez, Perojo volverá a dar rienda suelta a su inventiva: uso de la cámara rápida (adelante y atrás, el trío protagonista sube y baja las escaleras), la ropa y los zapatos relucientes que cobran vida y se desplazan hasta acabar colocados en sus nuevos dueños o la imagen de Estrellita Castro reflejada en varios espejos al tiempo que entona una de sus canciones.
En resumidas cuentas, ni en el año 39 estaba el horno patrio para muchos bollos ni Los hijos de la noche es Les enfants du paradis, pero, con todo y a pesar de lo superficial del rancio y paternalista mensaje que de ella se desprende (ni rastro de explicaciones ahondando en las posibles causas de la pobreza: basta una tía ricachona para redimir a los tres hampones), la película alberga sorpresas que están sin duda esperando a ser redescubiertas.
En resumidas cuentas, ni en el año 39 estaba el horno patrio para muchos bollos ni Los hijos de la noche es Les enfants du paradis, pero, con todo y a pesar de lo superficial del rancio y paternalista mensaje que de ella se desprende (ni rastro de explicaciones ahondando en las posibles causas de la pobreza: basta una tía ricachona para redimir a los tres hampones), la película alberga sorpresas que están sin duda esperando a ser redescubiertas.
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