viernes, 22 de marzo de 2024

El rincón de las vírgenes (1972)




Director: Alberto Isaac
Méjico, 1972, 98 minutos

El rincón de las vírgenes (1972) de Alberto Isaac


¡Viejas, hijas del demonio! Las vi venir a todas juntas, en procesión. Vestidas de negro, sudando como mulas bajo el mero rayo del sol. Las vi desde lejos como si fuera una recua levantando polvo. Su cara ya ceniza de polvo. Negras todas ellas. Venían por el camino de Amula, cantando entre rezos, entre el calor, con sus negros escapularios grandotes y renegridos, sobre los que caía en goterones el sudor de su cara.

"Anacleto Morones"

Lo grande estuvo cuando él comenzó a hablar. Se nos enchinó el pellejo a todos de la pura emoción. Se fue enderezando, despacio, muy despacio, hasta que lo vimos echar la silla hacia atrás con el pie; poner sus manos en la mesa; agachar la cabeza como si fuera a agarrar vuelo y luego su tos, que nos puso a todos en silencio. ¿Qué fue lo que dijo, Melitón?

"El día del derrumbe"

Dos cuentos de El llano en llamas se encuentran en el origen de El rincón de las vírgenes (1972), filme mejicano dirigido por Alberto Isaac que gira en torno a la figura de un santón cuyas supuestas virtudes milagrosas le sirven de pretexto para aprovecharse de las mujeres que acuden a él. Y a tanto llega su ascendiente sobre las gentes del lugar que hasta pretenden canonizarlo, motivo por el que un cortejo de devotas se presenta de improviso en la hacienda de Lucas Lucatero (Alfonso Arau) para pedirle que, como yerno del susodicho, interceda en favor de la causa y así agilizar los trámites. Lo que no imaginan las ingenuas beatas es que el montón de piedras que tiene el hombre arrinconado en una esquina de su corral esconde un terrible secreto...

Curiosa comedia, no exenta de un cierto toque lisérgico muy propio de los primeros setenta, la cinta ofrece la posibilidad de ver al "Indio" Fernández en uno de los papeles más singulares de toda su carrera, que ya es decir: el de excéntrico gurú, mujeriego y pendenciero, que posee, sin embargo, la habilidad de embaucar a los crédulos impostando un misticismo capaz, como afirma irónicamente el propio Lucas, "de dejar sin vírgenes toda esta parte del mundo".



Salta de inmediato a la vista que la intención de Rulfo al concebir semejante personaje perseguía una evidente voluntad paródica, probablemente con la mira puesta en satirizar los efectos nocivos a que da pie la mojigatería cuando ésta se combina con la demagogia más rastrera. Circunstancia que queda por completo patente en la escena en la que el gobernador (Héctor Ortega), en lo que supone una certera caricatura de la verborrea priísta, se arranca con aquello de "¡Conciudadanos! […] Rememorando mi trayectoria, vivificando el único proceder de mis promesas...", muestra de hasta qué punto los discursos institucionales, aun cuando se trata, como en este caso, de consolar a las pobres víctimas de un terremoto, se sirven a menudo de los mismos resortes populistas que utiliza el Santo Niño Anacleto.

En definitiva, he aquí una excelente muestra de cómo las miserias nacionales pueden servir de base para realizar una parodia inteligentísima, a veces costumbrista y a ratos hasta ligeramente documental, a propósito de los tejemanejes urdidos por unos seres despreciables, ya se trate de políticos, curanderos o simples caciques, que tienen la capacidad de ganarse el favor de quienes, víctimas de su propia desesperación, parecen dispuestos a dejarse engañar por cualquiera.



2 comentarios:

  1. Un asunto que, seguramente con planteamientos menos atrevidos, ya estaba en los clásicos y Rulfo retoma en su literatura.

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    1. Seguramente. Aunque también llama la atención el hecho de que la ironía latente en sus relatos se convierte aquí en una comicidad explícita.

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