Director: Rubén Gámez
Méjico, 1965, 44 minutos
La fórmula secreta (1965) de Rubén Gámez |
La que pasa por ser una de las películas más vanguardistas de la historia del cine mejicano ha sido objeto en los últimos años de una creciente revalorización, como lo prueba la excelente restauración digital a la que fue sometida por el Laboratorio de Elena Sánchez Valenzuela. Sin embargo, esa etiqueta de "experimental" que siempre acompaña a La fórmula secreta (1965) no obedece tanto a la naturaleza fílmica de sus imágenes, sino a la propia génesis de una cinta que en su momento fue presentada y salió vencedora en diversas categorías del Primer Concurso de Cine Experimental. Dicho certamen, auspiciado ante la necesidad de dar entrada a nuevos talentos que renovasen la anquilosada estructura de una industria cinematográfica nacional que ya había agotado las fórmulas de su época dorada, favoreció, por tanto, el auge de una flamante generación de directores, muchos de ellos procedentes del mundo universitario, a la que, paradójicamente, se encasilló bajo un sambenito del que, en lo sucesivo, ya no lograría desprenderse.
Tal habría sido el caso de Rubén Gámez (1928-2002), responsable de una decena de títulos, en su mayor parte cortometrajes, de entre los que el más célebre sería este que nos ocupa, al que a veces se conoce también con el nombre alternativo de Coca-Cola en la sangre. Y es que, entre otras cosas, la película denuncia la irrupción de costumbres asociadas al American Way of Life, de ahí el interminable perrito caliente que se cuela en todos los ámbitos de la vida cotidiana o la no menos larga y terrorífica lista de compañías estadounidenses con la que se cierra el filme. Asimismo, la escena del charro que da caza a un urbanita pudiera interpretarse como el rechazo visceral frente a modos de vida ajenos a las tradiciones locales. ¿O quizá lo que se insinúa sea todo lo contrario y acaso el jinete simbolice la rémora patriarcal que impide el progreso y modernización del país?
Por otra parte, cabe destacar la fuerza visual de algunos hallazgos de lo más audaz, como esa toma a ras de suelo que avanza vertiginosamente girando sobre el pavimento del Zócalo o la escena del matadero, tan cruenta como poética. Lo cual deja entrever, por cierto, posibles influencias que irían desde Le sang des bêtes (1949) de Franju hasta, cómo no, una cierta iconoclasia anticlerical de innegable raigambre buñueliana. A este respecto, la figura del individuo que avanza cargando sucesivamente con el peso de la madre o el padre muertos, así como la estampa de los sacerdotes exánimes a los pies de un columpio remiten, respectivamente, a situaciones muy similares de Un chien andalou (1929) y L'âge d'or (1930).
Pero si por algo es recordada esta pieza tan singular, adornada con música de compositores tan diversos como Vivaldi o Stravinski, es gracias a los textos que Juan Rulfo escribió expresamente para ella y que en pantalla son recitados en la voz del poeta Jaime Sabines (1926-1999). Proclamas y soflamas, a veces incendiarias a veces leídas del revés, cuyo contenido se ajusta a la perfección a la gravedad de unos rostros anónimos que miran fijamente a cámara. Sirvan de ejemplo estos versos: «Y aunque digan que el hambre / repartida entre muchos / toca a menos, / lo único cierto es que aquí / todos / estamos a medio morir / y no tenemos ni siquiera / dónde caernos muertos».
Por lo que parece, sujeta a interpretaciones diversas.
ResponderEliminarLo cual redunda en su carácter magistral. Desde luego, se trata de una de las mejores películas en las que trabajó Rulfo.
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