domingo, 24 de marzo de 2024

Pedro Páramo (1977)




Título completo: Pedro Páramo (El hombre de la Media Luna)
Director: José Bolaños
Méjico, 1977, 180 minutos

Pedro Páramo: El hombre de la Media Luna (1977) de José Bolaños


Este pueblo está lleno de ecos. Tal parece que estuvieran encerrados en el hueco de las paredes o debajo de las piedras. Cuando caminas, sientes que te van pisando los pasos. Oyes crujidos. Risas. Unas risas ya muy viejas, como cansadas de reír. Y voces ya desgastadas por el uso. Todo eso oyes. Pienso que llegará el día en que estos sonidos se apaguen.

Juan Rulfo
Pedro Páramo (1955)

A diferencia de la adaptación llevada a cabo una década antes por Carlos Velo, Pedro Páramo: El hombre de la Media Luna (1977) destila una parsimonia y una solemnidad que la alejan del Méjico charro hasta situarla en la órbita de una cierta tradición romántica. En buena medida, ello se debe a su metraje de tres horas, así como a la languidez de la partitura compuesta por el italiano Ennio Morricone, pero también a una escenografía extrañamente barroca que convierte los interiores, en especial los de la morada del protagonista, en un inmenso y tenebroso espacio de tonalidades rojizas.

Los exteriores, en cambio, responden al abandono fantasmagórico que ya estaba presente en la novela de Rulfo, con esas casas desvencijadas que amenazan ruina y a las que llega de improviso el bueno de Juan Preciado (Abelardo San Miguel) en busca del padre que nunca tuvo. A este respecto, la figura imponente del patriarca, interpretado en esta ocasión por Manuel Ojeda, se desmarca de lo que sería un simple cacique maligno, responsable de la decadencia de Comala, para adquirir una dimensión mucho más dramática: la del hombre atormentado ante la pérdida del que fue su verdadero y único gran amor.



En ese orden de cosas, Susana San Juan (Venetia Vianello) aparece retratada como una mujer de ensueño en cuyo funeral se despliega toda una parafernalia de cirios y crespones negros acorde con la pasión obsesiva que Pedro Páramo siente por ella. Lo cual no impide que los lugareños, incapaces de comprender el duelo del oligarca, se lancen a una celebración desenfrenada, tirando cohetes y fuegos artificiales, con la que sentencian su propio destino.

A grandes rasgos, la puesta en escena ideada por el director José Bolaños (1935-1994) respeta escrupulosamente el espíritu del texto original, reproduciendo los diálogos con la misma fidelidad que ya demostrara Carlos Velo en la mencionada versión del 67, si bien ahora, y pese a la excelente fotografía en color de Jorge Stahl Jr., la apariencia de lo que se ve en pantalla adolece de un hieratismo que le resta vigor a una historia que, paradójicamente, habla de muertos.



2 comentarios:

  1. Como digo siempre con este tipo de textos: Complicada de adaptar.

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    1. Pese a lo encorsetado de su puesta en escena, el realizador José Bolaños superó el reto con creces.

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