Director: Miguel Iglesias
España, 1955, 77 minutos
El cerco (1955) de Miguel Iglesias |
Los hechos que a continuación se relatan han sucedido realmente. Son cinco sucesos que tuvieron lugar en Barcelona y que en su día fueron publicados en la prensa. Sólo han variado los nombres y las circunstancias. El presente film no tiene otro objeto que recordar que el crimen no escapa jamás a su justo castigo.
La advertencia que precede a los títulos de crédito del El cerco (1955) tiene algo de aviso para navegantes: una prevención no exenta de cierto tono amenazador dando a entender el poder omnímodo de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado. No obstante, el hecho de convertir a una banda de atracadores en protagonista de una película era ya bastante atrevimiento en la España de mediados de los cincuenta, por lo que hay que ver en ese rótulo una justificación ante los posibles reproches de la censura. De ahí que se anuncie de entrada, y sin demasiados reparos, cuál va a ser el desenlace de la historia que está a punto de ser contada.
Un atraco a las oficinas de una fábrica de la zona portuaria se complica más de la cuenta y los asaltantes, tras abrir fuego y dejar varios muertos a su paso, se ven obligados a salir huyendo no sin que uno de ellos quede gravemente herido a consecuencia de caerle encima una caldera de acero fundido. A partir de ese momento, dispersos en distintos puntos de la ciudad y sus alrededores, el cerco policial se irá estrechando sobre los forajidos hasta darles caza uno a uno.
Independientemente de su valor cinematográfico, la cinta posee el aliciente añadido de su ambientación barcelonesa. Comprobar, por ejemplo, que la fuente de Plaza España no siempre ha estado rodeada de césped y que los transeúntes de aquel entonces podían sentarse plácidamente a los pies del conjunto escultórico (hoy relegado a mero elemento ornamental en el centro de una horrenda rotonda); o saber que los autobuses de Alsina Graells ya conectaban la capital catalana con Igualada o Lleida. Incluso, en una de las persecuciones a través de la ciudad, se ve de refilón la fachada de los míticos almacenes El Águila.
Con todo y con eso, el verdadero mérito del filme reside en una puesta en escena que nada tiene que envidiar a la de títulos del cine americano como Atraco perfecto (The Killing, 1956) de Kubrick o La jungla de asfalto (The Asphalt Jungle, 1950) de John Huston. A fin de cuentas, aquí también había tipos duros y lo mismo José Guardiola (Conrado) que Luis Induni (Martín) dan la talla en sus respectivos papeles de fieras acorraladas. Con el contrapunto de Ángel Jordán (Emilio) o Francisco Piquer (José), más en la línea de galanes elegantes y sofisticados capaces, respectivamente, de enamorar a la cándida Teresa (Carmen de Ronda) o recibir los cuidados de una sutil femme fatale llamada Ana (interpretada por la portuguesa Isabel de Castro). En cualquier caso, conviene recordar que Miguel Iglesias contó con Paco Pérez-Dolz como ayudante de dirección, célebre por ser el responsable, ya en la década siguiente, de una película hasta cierto punto deudora de ésta: la legendaria A tiro limpio (1963).
La recuerdo perfectamente. Me llamó la atención poderosamente cuando la vi. Una de esas películas de las que podría hablar largo y tendido. Muy buena.
ResponderEliminarUn magnífico ejemplo del cine policíaco barcelonés.
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