lunes, 23 de septiembre de 2024

Días de radio (1987)




Título original: Radio Days
Director: Woody Allen
EE.UU., 1987, 89 minutos

Días de radio (1987) de Woody Allen


Se ha especulado enormemente sobre la posibilidad de que Woody Allen plagiase uno de los episodios de Historias de la radio (1955), concretamente el del ladrón que, en plena rapiña, responde al teléfono y gana un concurso radiofónico. Algo que, a la vista de cómo arranca Radio Days (1987), parece más que probable. No obstante, el ejercicio que el cineasta lleva a cabo en dicho filme supone mucho más que un simple homenaje nostálgico a la época dorada del medio de comunicación que marcó su infancia. De hecho, y hasta cierto punto, la película encierra sobre todo una profunda y sutil reflexión sobre el paso del tiempo y el modo en que idealizamos nuestros recuerdos.

Antes de eso, la voz en off del director neoyorquino habrá ido rememorando decenas de anécdotas que conforman el paisaje de toda una generación, la educación sentimental de cuantos crecieron al son de una banda sonora cuyos protagonistas principales fueron Carmen Miranda o Cole Porter. Y no sólo en lo tocante a música, sino que cada miembro de la familia protagonista tiene un programa preferido, ya sean los desayunos glamurosos que le gustan a la madre (Julie Kavner) o las aventuras del Vengador Enmascarado que hacen las delicias de los chavales del barrio.



Episodios, muchos de ellos, basados en sucesos reales y perfectamente documentados, desde la historia del estoico bateador de béisbol que continuaba al pie del cañón pese a los gravísimos impedimentos físicos que le iban sobreviniendo hasta el mediático accidente de Polly Phelps, la niña que cayó en un pozo. Acontecimientos que, por otra parte, permiten datar con exactitud el período descrito en pantalla, un lapso temporal que abarcaría desde el 30 de octubre del 38 (fecha de emisión de la histórica versión de Orson Welles a propósito de La guerra de los mundos) hasta la nochevieja de 1943, con lo que la acción concluye, ya el 1 de enero del 44, con los personajes sobre la azotea del King Cole Room de Manhattan haciéndose preguntas metafísicas en torno al carácter pasajero de la fama.

Y es que la cinta que nos ocupa forma un díptico con su predecesora, La rosa púrpura de El Cairo (1985), por lo que tienen ambas de ejercicio melancólico en torno a una época (los días de gloria del cine y la radio, respectivamente) que se recuerda con cariño por coincidir en el tiempo con los años de aprendizaje del futuro director, pero también con tristeza al saber que aquellos instantes no regresarán jamás. Lo cual explica, en cierta manera, que Woody Allen opte deliberadamente por embellecerlos en su memoria y de ahí que evoque Rockaway como un lugar donde siempre llueve y a los miembros de su propia familia como si, más que personas de carne y hueso, hubiesen sido los personajes de algún divertido cartoon.



No hay comentarios:

Publicar un comentario