Título original: Les yeux sans visage
Director: Georges Franju
Francia/Italia, 1960, 90 minutos
Los ojos sin rostro (1960) de Georges Franju |
Filme de culto por antonomasia, el estreno de Les yeux sans visage (1960) estuvo marcado por una polémica que hoy resultaría cuando menos ingenua. Y es que el argumento que plantea (un cirujano plástico obsesionado por reconstruir, cueste lo que cueste, el rostro maltrecho de su hija) incomodó a un público que aún no estaba preparado para este tipo de tramas. De hecho, su director, el francés Georges Franju (1912-1987), defendió por activa y por pasiva que la suya no era una simple película de terror, como la mayor parte de críticos la clasificaron, sino que giraba en torno a temas de índole más profunda, por ejemplo la culpa o el carácter enfermizo de determinadas relaciones familiares.
Sea como fuere, lo cierto es que el influjo surrealista de cuanto acontece en la pantalla, unido al hieratismo de unos personajes cuya extrema frialdad sigue inquietando a propios y extraños, posee, al mismo tiempo, una cierta pincelada tragicómica, incluso grotesca, que las notas de la banda sonora de Maurice Jarre no hacen sino acentuar. Una atmósfera de lo más extravagante, a medio camino entre el castillo de Barba Azul y la sala de los horrores del doctor Mabuse, en cuya elaboración participaron, además de Claude Sautet, el tándem Boileau-Narcejac, responsables de títulos inolvidables que darían pie a otras tantas obras maestras de la historia del cine, siendo Vértigo (1958) o Las diabólicas (1955) algunas de las más célebres.
Pierre Brasseur encarna al circunspecto doctor Génessier, un hombre atormentado por haber sido el causante del accidente que deformó la cara de su hija Christiane (Edith Scob) y dispuesto a hacer lo que sea con tal de devolverle su apariencia, lo cual, gracias a la fiel ayuda de su abnegada asistente Louise (Alida Valli), lo convierte en un atípico asesino en serie que experimenta con los perros que encierra en el sótano de su residencia, una solitaria finca situada a las afueras de París donde, aparte de cobayas, retiene a las víctimas de sus horrendos ensayos clínicos.
Así pues, no es de extrañar la enorme influencia ejercida por semejante portento sobre cineastas posteriores de todo tipo, ya se trate del Almodóvar de La piel que habito (2011) o, mucho antes que el manchego, del prolífico Jesús Franco, quien se valió de una premisa bastante parecida a la hora de pergeñar la no menos hilarante Gritos en la noche (1962).
En efecto, un argumento controvertido.
ResponderEliminarEs de esas películas pensadas para incomodar al espectador.
EliminarUn título fascinante que aúna lo poético y lo terrorífico.
ResponderEliminarUn abrazo.
En su momento hubo gente que se desmayaba en las salas de cine cuando se muestran las escenas más escabrosas.
EliminarUn abrazo.