Director: Matteo Garrone
Italia/Francia, 2018, 103 minutos
Dogman (2018) Matteo Garrone |
Por mucha miseria que mostrasen las películas del neorrealismo italiano, lo cierto es que había en ellas un lado entrañable, fruto del humanismo que destilaban sus personajes. Hoy en día las cosas han cambiado mucho y de aquel país en ruinas se ha pasado a una sociedad cada vez más decrépita que parece abrir de nuevo las puertas al advenimiento del fascismo. Algo de ello se trasluce en buena parte de la filmografía de Matteo Garrone (Roma, 1968). Tal sería el caso, al menos, de Gomorra (2008), con su crudo retrato de la mafia moderna, o de la esperpéntica Dogman (2018), historia de un peculiar individuo, peluquero canino por más señas, cuya mísera existencia oscila entre lo repulsivo y lo patético. Sobre todo por la poca inteligencia que demuestra cuando le dan a elegir entre ir a la cárcel o delatar al matón del barrio que abusa continuamente de su buena fe.
Sin embargo, y pese a tratarse de un vulgar traficante de medio pelo, siempre metido en oscuros trapicheos, Marcello demuestra a menudo que tiene buenos sentimientos. Ya, de entrada, porque es capaz de volver a la casa desvalijada por sus compinches sólo para rescatar a un pobre chucho que otro más cruel que él había metido en un congelador. Aunque son las continuas atenciones que le dedica a Alida, su hija pequeña, la mejor prueba de que el hombre, por muy cutre que sea su realidad cotidiana y por muy pocas luces que tenga, resulta, por encima de todo, una buena persona. Lo malo es que, viviendo en un ambiente tan sórdido, el porvenir de Marcello se complica más de la cuenta (si es que alguna vez tuvo opciones de salir indemne de la mezquindad que lo rodea).
En el fondo, el carácter tragicómico del personaje denota una lucha interior mucho más profunda, la de alguien que, harto de resignarse, se acaba rebelando contra su propia debilidad en una huida hacia adelante similar a la lucha de David contra Goliat o, en clave teatral, al célebre desenlace de Terra baixa (1897) de Guimerà. Como también podrían citarse referentes a nivel cinematográfico. Por ejemplo, el momento álgido de El expreso de medianoche (Midnight Express, 1978) de Alan Parker.
En definitiva, el brutal Simone (Edoardo Pesce) simboliza ciertamente la encarnación de todos los males, de la misma forma que Marcello (un espléndido Marcello Fonte, premio a la mejor interpretación en Cannes) personifica el drama de un ser puro de corazón condenado, mal que le pese, a llevar una vida de perro.
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ResponderEliminarEstupendo, Sandra, bienvenida a bordo. Me acabo de dar una vuelta por tu blog y ya me he hecho seguidor. Como, además de cinéfilo, soy profesor de literatura, creo que nos vamos a llevar muy bien.
EliminarSaludos.
Cruel y dura vida, como lo es en realidad la de algunas personas.
ResponderEliminarDe hecho, el actor protagonista procede de esos ambientes (de ahí la verosimilitud de su actuación).
Eliminar"Una vida de perro", nunca mejor dicho. Me parece muy interesante este cuento sórdido, la lucha del bien contra el mal en un escenario casi apocalíptico, reflejo de una sociedad en quiebra.
ResponderEliminarUn abrazo.
Totalmente de acuerdo. Garrone nos devuelve, de hecho, al mejor cine italiano, heredero de tantos grandes maestros que le precedieron.
EliminarUn abrazo.