Director: Luis Buñuel
Méjico, 1965, 44 minutos
Simón del desierto (1965) de Luis Buñuel |
Hirsuta la pelambrera, profética barba, Simón (Claudio Brook) resiste las inclemencias del páramo desde lo alto de una columna en la que lleva varios años encaramado. Poco importa que se le aparezca el Diablo para tentarlo bajo la apariencia de una bella moza (Silvia Pinal): la fuerza de voluntad del estilita aleja las asechanzas del maligno con la determinación de un casi santo. Sin embargo, una pirueta final trasladará la acción hasta el ambiente atronador de una sala de fiestas donde un conjunto yeyé hace vibrar a la concurrencia hasta retorcerse en extrañas contorsiones...
Los escasos tres cuartos de hora de Simón del desierto (1965) evidencian, una vez más, la particular relación de Buñuel con los dogmas de la doctrina cristiana. Así pues, cuando el anacoreta obra el milagro de devolverle sus manos a un manco, éste reacciona como si tal cosa, sin la menor gratitud y soltándole un sopapo a su hija: prueba fehaciente de esa mala leche tan característica del director aragonés a la hora de mostrar cómo la santurronería contrasta con la depravación humana.
Las dificultades financieras del productor Gustavo Alatriste dejaron inconcluso uno de los filmes más iconoclastas de cuantos dirigiera el genio de Calanda (cuyos tambores, por cierto, se dejan oír de fondo, junto con el lánguido "Himno de los peregrinos" compuesto especialmente para la ocasión por Raúl Lavista). La fuerza de sus imágenes recupera algún elemento de clara filiación surrealista. Como ese ataúd que se desplaza sobre las arenas del erial y en cuyo interior acecha el demonio con cuerpo de mujer.
Hasta cinco premios obtuvo en el Festival de Venecia esta parábola sobre el triunfo de la vulgaridad en la civilización moderna: una alegoría de cómo los antiguos profetas han sucumbido ante el empuje imparable de la sociedad de consumo. Por eso Simón, impertérrito mientras la multitud de jóvenes que lo circunda baila al ritmo de "Carne radiactiva", tiene toda la pinta de un existencialista que mira el mundo con hastío, como si la cosa no fuera con él.
Película emblemática del cine buñueliano.
ResponderEliminarY aun del de todos los tiempos.
EliminarMe subyuga su feroz iconoclastia. Y ese final... Otro título memorable del maestro Buñuel.
ResponderEliminarUn abrazo.
Totalmente de acuerdo. A mí me pasa lo mismo.
EliminarUn abrazo.