viernes, 26 de agosto de 2016

Alma de Dios (1941)




Director: Ignacio F. Iquino
España, 1941, 67 minutos

Alma de Dios (1941) de Iquino


Tras el paréntesis estival, reanudamos la actividad del blog comentando lo que han dado de sí las vacaciones desde nuestro retiro almeriense. Y comenzamos con Alma de Dios, filme que, entre otras sorpresas, nos permite ver a Carlos Larrañaga cuando era apenas un chiquillo de pocos años.

Un Iquino en los albores de su producción cinematográfica firmaba esta adaptación de la zarzuela homónima compuesta por José Serrano a partir del libreto de Carlos Arniches y Enrique García Álvarez. Corría el año 1941 y, aunque introduciendo algún que otro cambio, la película se centraba en las desventuras de la huérfana Eloísa (Amparo Rivelles), quien tras huir de una tía cruel (lo de tía alude al parentesco entre ambas) se refugia en Madrid en los brazos de otra tía (ídem) con la que no correrá mejor suerte.

Fiel a la fórmula que le valdría el éxito comercial, Iquino sabe rentabilizar sus escasos recursos en aras de la economía narrativa. Buena prueba de ello son los insertos de los que se vale para hacer avanzar la acción: unas hojas de calendario, unos mojones en los que se indica a qué distancia se encuentra la capital y, en apenas una hora, se cuenta toda una historia.

A veces, dicho "estilo" acerca la cinta al documental, con tintes etnográficos y algún que otro apunte antropológico: filmación. cámara en mano, de las calles de Madrid; primeros planos de los rostros de algunos asistentes en un patio gitano donde tienen lugar actuaciones de tipo folclórico... Porque, bien o mal traídos, en Alma de Dios se incluyen algunos números musicales flamencos, en un intento de mantener vivo el origen musical de la trama.

También se roza lo social en determinadas escenas, como durante la visita de los personajes a las oficinas del Registro civil, donde lo cutre del ambiente convive con la ineficacia de un escribiente malcarado. Aunque, lejos de obedecer a una motivación crítica, lo social va a dar pie a la irrupción de la comicidad: Saturiano (un joven, y habitual de estos primeros filmes de Iquino, Paco Martínez Soria) será una especie de hambriento gracioso o donaire que, junto con Pepe Isbert (El Tío Matías) llevarán el peso de la comedia. Este último, por cierto, representa el papel de marido dominado por una esposa que lo obliga a permanecer en casa preparando la comida y cuidando del hijo en común, algo que se consideraba jocoso en aquella sociedad española de los cuarenta de machismo recalcitrante, donde los roles asignados a hombre y mujer (y refrendados por la legalidad vigente) eran justamente los opuestos.

A raíz de esto y de la moralidad entonces imperante, ni que decir tiene que hoy en día no habría escándalo posible por el hecho de que una muchacha fuese madre soltera. Pese a que tanto el "desliz" de Irene (Pilar Soler) como la infamia cometida sobre la cándida Eloísa (que no está debajo de un almendro, pero casi) son la base sobre la que se articula la típica acción folletinesca de hospicios y niños ilegítimos, con alusiones veladas a la prostitución, y que sólo podrán resolver el adinerado don Adrián (Manuel González) y el pobre aunque apuesto Agustín (Luis Prendes) con su camión.

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