lunes, 21 de marzo de 2016

Misión blanca (1946)




Director: Juan de Orduña
España, 1946, 88 minutos

Misión blanca (1946) de Juan de Orduña


De nuevo el prolífico Juan de Orduña y de nuevo un número musical que se incluye en los primeros compases de un filme suyo: como ya sucediera, por ejemplo, en Porque te vi llorar, la protagonista, acompañada al piano, interpreta una canción ante la concurrencia. Debía tratarse de una fórmula efectiva en el cine de los años cuarenta, que permitía a los espectadores ponerse en situación (o simplemente les daba tiempo para acomodarse si habían entrado a la sala con la proyección ya comenzada).

Por otra parte, fue Misión blanca, junto a La mies es mucha (José Luis Sáenz de Heredia, 1948) y otros títulos emblemáticos del nacionalcatolicismo como Balarrasa (José Antonio Nieves Conde, 1951), un instrumento de propaganda destinado a despertar vocaciones en los años inmediatamente posteriores a la contienda. Ya fuera en la India, en Guinea Ecuatorial o en Alaska, respectivamente, todos ellos tenían por objetivo adoctrinar a los espectadores utilizando el exotismo de sus ambientaciones como señuelo. 

Véase, si no, el eslogan que figura en el margen superior izquierdo del cartel que precede a estas líneas: "¡Una apasionante historia de amor en la selva alucinante!" Más equívoco no puede ser, puesto que el flirteo entre los nativos Souka (Elva de Bethancourt) y Minoa (anda que poner a Jorge Mistral haciendo de aborigen...) es bastante secundario en la película. Claro que a lo mejor se refiere al amor paternofilial, que es el que verdaderamente se encuentra en el transfondo de Misión blanca.

Por cierto que dicho título tiene también unas indisimuladas connotaciones raciales, corroboradas en los diálogos al hacer referencia el Padre Urcola (Jesús Tordesillas) a la "tentación del ébano", en clara alusión condenatoria a la atracción que el malvado Brisco (Manuel Luna) siente hacia Souka.



En lo que se refiere a los aspectos formales de Misión blanca, lo más destacable es el uso del flashback, teniendo en cuenta que el nudo principal lo conforma la historia de redención que años atrás protagonizaron el Padre Javier (Julio Peña) y Brisco y que el Padre Urcola le cuenta al recién llegado Padre Daniel (Arturo Marín).

Otro de los ilustres secundarios que actúa en la película es Juan Espantaleón, cuyo papel de Cesáreo Urgoiti tiene más importancia de lo que pudiera parecer en un principio: si el único hacendado de la historia fuera el pérfido Brisco, se podría dar a entender que todos los terratenientes de la colonia son como él. Y para evitar generalizaciones y de paso servir de contraste qué mejor opción que incluir en la trama a un industrial maderero afable y bonachón como Urgoiti, siempre afectuoso con los misioneros: de hecho va vestido casi como ellos, lo que supondría una interesante equiparación entre patronos y sacerdotes...

Esto es lo que, en conclusión, perseguía la industria cinematográfica auspiciada por el régimen: un cine proselitista al servicio de la causa, elaborado, sin embargo, por cineastas con un dominio notable del pulso narrativo como Juan de Orduña.

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