sábado, 7 de marzo de 2020

Promesas del este (2007)




Título original: Eastern Promises
Director: David Cronenberg
Reino Unido/Canadá/EE.UU., 2007, 100 minutos

Promesas del este (2007) de David Cronenberg


Avezado conocedor del género fantástico en sus múltiples facetas, el canadiense David Cronenberg se propuso, con la llegada del siglo XXI, explorar nuevas regiones que ampliaran el espectro de su ya de por sí dilatada filmografía. Una historia de violencia (2005) supuso, a este respecto, la primera de una serie de colaboraciones con el actor Viggo Mortensen, que tendría continuación, en años sucesivos, a través de Promesas del este (2007) y Un método peligroso (2011).

La película que nos ocupa se desarrolla, de principio a fin, por los cauces expresivos que en su día marcaran El Padrino (1972) y sus secuelas. Es decir: parsimonia en los modales y visceralidad en los ajustes de cuentas. Una sangre fría que parece congénita en los miembros de cualquier organización mafiosa, ya sean italianos o londinenses de ascendencia eslava, y que Mortensen supo interiorizar a base de ver muchísimas horas de televisión en ruso, viajando de incógnito por los Urales y hasta inspirándose en los ademanes autoritarios de Vladímir Putin.



Pero si por algo será recordada Eastern Promises es gracias a los tatuajes que los personajes lucen sobre sus cuerpos: semblanza personal que cada Vory v Zakone lleva grabada sobre la piel y que, en la ya célebre escena de la lucha en los baños públicos, el propio Mortensen tiene ocasión de lucir en todo su esplendor.

Por lo demás, es éste un filme hasta cierto punto "previsible", en el sentido de que responde a los tópicos habituales del género: el patriarca venerable que no es tan honorable como aparenta (Armin Mueller-Stahl), el arribista que aspira a destronarlo faltando a la obediencia que le debe, el hijo tontaina y camorrista que es carne de cañón sin él saberlo (Vincent Cassel), la rubia bienintencionada ajena a ese mundo (Naomi Watts) que se mete en la boca del lobo un poco por afán justiciero y un poco porque le atraen los malotes... En fin, al cinéfilo minucioso le gustará saber que quien interpreta al tío cascarrabias de la protagonista no es otro sino el afamado director polaco Jerzy Skolimowski.


4 comentarios:

  1. Hola Juan, tendría que volver a verla, pues en su momento me había parecido excelente. Pero con Viggo Mortensen no puedo ni acercarme a la imparcialidad. Pues es un hincha fanático de San Lorenzo, producto de haber vivido en Argentina durante su niñez. Es el segundo embajador del club (tal vez el primero) junto con el Papa Francisco.
    Y en eta película ver los tatuajes que hacen referencia a nuestro club de fútbol (cuervo, escudo) me obnubiló de cara al resto.
    Recuerdo la escena en el sauna como algo desesperante.

    Abrazos!

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    1. Si vuelves a verla, como he hecho yo, es muy probable que la encuentres envejecida (parece mentira, pero ¡ya hace trece años que se estrenó!)

      Respecto a lo que comentas sobre los tatuajes, algo había leído, aunque mi pasión futbolera creo que no llega a tanto como la tuya. De todos modos, San Lorenzo y el Barça comparten colores, o sea que por ahí algo conectamos (aparte de Messi, por supuesto).

      Venga, Frodo: saludos.

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  2. Hola Juan!
    Si bien es cierto que sigue unas pautas habituales, a mi es una de esas películas en las que los tipos malos realmente lo parecen. Creo que a Mortensen no le hacen falta los tatuajes para dar mal rollo, luego esta el psicopata de Cassel que tambien creo que le viene como anillo al dedo el papel, Armin Mueller tiene ese punto de abuelito de parque pero al mismo tiempo provoca inquietud, a mi el reparto me parece acertado, por cierto, no identificaba a Sklimowski...
    Ese triangulo tan habitual que mencionas me recuerda en cierto y salvando las distancias al de "Camino a la perdición", diria que es muy similar.
    Venga, feliz semana!

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    1. Pues te digo lo mismo que a Frodo: cuando la vi hace más de una década me impactó. Ayer, en cambio, me pareció un tanto anticuada. Nada: el tiempo, que no perdona.

      ¡Feliz semana, Fran!

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