Título original: Soylent Green
Director: Richard Fleischer
EE.UU., 1973, 97 minutos
Cuando el destino nos alcance (1973) de Richard Fleischer |
Cuando el destino nos alcance... Pues bien: llegó la hora. Tenía que ocurrir, más tarde o más temprano, y las escenas que antaño se nos antojaban exageradas en el contexto de cualquier fábula distópica hoy son, por desgracia, una triste realidad. Producida por el mismo equipo que, un par de años antes, había llevado a cabo The Omega Man (1971), Soylent Green (1973) no habla ni de confinamiento ni de virus devastadores, pero sí que muestra una sociedad colapsada por la superpoblación y la escasez de alimentos.
El Nueva York del año 2022 es una megalópolis perpetuamente envuelta en la neblina verdosa del efecto invernadero y en la que cuarenta millones de habitantes se hacinan hasta el extremo de saturar sus calles y edificios. Suerte de esas galletitas que, en la versión original, dan título a la película y que, a falta de algo mejor que llevarse a los labios, han acabado convirtiéndose en la base de la dieta de millones de personas. Sin embargo, un terrible secreto se cierne sobre el mundo...
Tanto el filme como la novela en la que se basa de Harry Harrison (1925–2012) insisten en dibujar un panorama marcadamente maltusiano, escenario de continuos disturbios que las autoridades, tan drásticas como corruptas, reprimen sin ningún miramiento mediante los métodos más expeditivos. Es en ese contexto desalentador de "sálvese quien pueda" en el que el detective Thorn (Charlton Heston), probablemente bajo el influjo de su compañero de piso (Edward G. Robinson), un anciano de la vieja escuela, siempre rodeado de libros, que aún sabe apreciar los placeres culinarios o la música clásica, decide llevar a cabo indagaciones que podrían cambiar el curso de la historia, pero también costarle la vida.
Al igual que sucedía en El planeta de los simios (1968), otra de las cintas de ciencia ficción de aquel período en las que participó Heston, Soylent Green fundamenta su estructura narrativa en una sorpresa final que tiene por objetivo hacer reflexionar al espectador a propósito de las fatídicas consecuencias que podrían derivarse de una forma de vida insostenible. Premonitoria o no en su planteamiento, lo gracioso de ésta y otras películas por el estilo es que imaginan el futuro a partir de un presente que no siempre son capaces de trascender, por lo que tanto el vestuario como los dispositivos tecnológicos que en ella aparecen (teléfonos, televisores, computadoras...) son genuinamente setenteros por más que la acción transcurra en un siglo XXI pretendidamente ultramoderno.
El Nueva York del año 2022 es una megalópolis perpetuamente envuelta en la neblina verdosa del efecto invernadero y en la que cuarenta millones de habitantes se hacinan hasta el extremo de saturar sus calles y edificios. Suerte de esas galletitas que, en la versión original, dan título a la película y que, a falta de algo mejor que llevarse a los labios, han acabado convirtiéndose en la base de la dieta de millones de personas. Sin embargo, un terrible secreto se cierne sobre el mundo...
Tanto el filme como la novela en la que se basa de Harry Harrison (1925–2012) insisten en dibujar un panorama marcadamente maltusiano, escenario de continuos disturbios que las autoridades, tan drásticas como corruptas, reprimen sin ningún miramiento mediante los métodos más expeditivos. Es en ese contexto desalentador de "sálvese quien pueda" en el que el detective Thorn (Charlton Heston), probablemente bajo el influjo de su compañero de piso (Edward G. Robinson), un anciano de la vieja escuela, siempre rodeado de libros, que aún sabe apreciar los placeres culinarios o la música clásica, decide llevar a cabo indagaciones que podrían cambiar el curso de la historia, pero también costarle la vida.
Al igual que sucedía en El planeta de los simios (1968), otra de las cintas de ciencia ficción de aquel período en las que participó Heston, Soylent Green fundamenta su estructura narrativa en una sorpresa final que tiene por objetivo hacer reflexionar al espectador a propósito de las fatídicas consecuencias que podrían derivarse de una forma de vida insostenible. Premonitoria o no en su planteamiento, lo gracioso de ésta y otras películas por el estilo es que imaginan el futuro a partir de un presente que no siempre son capaces de trascender, por lo que tanto el vestuario como los dispositivos tecnológicos que en ella aparecen (teléfonos, televisores, computadoras...) son genuinamente setenteros por más que la acción transcurra en un siglo XXI pretendidamente ultramoderno.
Tanto ésta película como "El último hombre... vivo" son sin duda interesantes pero, como señalas, no muy elaboradas en cuanto al diseño visual.
ResponderEliminarUn abrazo.
"Soylent Green" fue también la última película de Edward G. Robinson, quien fallecería apenas diez días después de que finalizase el rodaje. De hecho, protagoniza una escena premonitoria que anuncia su propia muerte.
EliminarSaludos.
Hola Juan!
ResponderEliminarDe las ultimas películas que has comentado (me refiero a las que abordan ese tenebroso futuro...) esta es una de mis preferidas.
Muy acertado eso que comentas, la problemática de presentar una tecnología avanzada en ocasiones se queda en un mero travestismo de la tecnología de la época. En todo caso y como seguramente habrás visto existen numerosos y acertados pronósticos en revistas (sobre todo USA) en revistas de los 50 y 60, hay algunos muy llamativos y que realmente acertaron.
Lo dicho, una interesante aunque eso si algo inquietante película.
Saludos y a seguir adelante!
Y, sin embargo, ya aparece en ella un teléfono móvil. Aunque lo curioso es que se trata de uno público en plena calle...
EliminarVenga, Fran: hasta pronto.