domingo, 21 de abril de 2019

Teorema Zero (2013)
















Título original: The Zero Theorem
Director: Terry Gilliam
Reino Unido/Rumanía/Francia/EE.UU., 2013, 107 minutos

Teorema Zero (2013) de Terry Gilliam

Cada cierto tiempo, a míster Terry Gilliam le da por volver a hacer Brazil (1985). Generalmente cada diez años, más o menos. Lo intentó con Doce monos (1995) y de nuevo, en 2013, con Teorema Zero. Sólo que esta vez, con la fama de derrochador que se ha ganado a pulso a lo largo de su irregular carrera, se tuvo que desplazar hasta Rumanía para abaratar los costes de producción. No sin antes haber indagado en Google Earth cuáles serían las mejores localizaciones para rodar. Así es el ex Monty Python: histriónico por naturaleza, excéntrico hasta la sepultura...

Con The Zero Theorem nos pasa un poco lo mismo que con las demás distopías que la precedieron: que uno no sabe muy bien lo que está viendo, pero, con todo y con eso, resulta enormemente apasionante. Quizá porque, detrás de tanta parafernalia frenética, se vislumbra el porvenir terrible que le aguarda a la humanidad a la vuelta de la esquina.

¿Pero hay algo que no esté prohibido?

Sea por lo que fuere, lo cierto es que para llevar a cabo su enésima tentativa de profetizar lo que nos deparará el mañana, Gilliam buscó su fuente de inspiración en el extraño universo del pintor alemán Neo Rauch (Leipzig, 1960), autor de una obra ecléctica en la que conviven elementos de inspiración surrealista con influencias tan dispares como el hiperrealismo y el realismo socialista. Así pues, cuando en un momento determinado de la película se muestra un Cristo cuya cabeza ha sido sustituida por una cámara de videovigilancia —imagen iconoclasta donde las haya, a la par que buñueliana— resulta inevitable pensar en el sustrato pictórico que alimenta el imaginario del cineasta.

Mártir del caos abrumador, Qohen Leth (Christoph Waltz) representa al individuo enfrentado al sistema, aislado en un universo de algoritmos y realidad virtual del que difícilmente se puede llegar a huir si no es aceptando el sinsentido de la existencia, representado por ese devastador agujero negro hacia el que todo se encamina y que todo lo devora. Lo fatal, lo realmente inquietante, es que en ese ambiente tan desalentador, la sombra del Big Brother sigue más viva que nunca, avizoradora en su afán por controlar hasta el más leve movimiento de una población que busca consuelo refugiándose en paraísos artificiales en los que nunca se pone el sol.

De aquí a la eternidad...

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