martes, 16 de abril de 2019

Dobles vidas (2018)




Título original: Doubles vies
Director: Olivier Assayas
Francia, 2018, 108 minutos

Dobles vidas (2018) de Olivier Assayas


Tanto el tratamiento de la imagen (la película se ha rodado en Súper 16mm, algo inusual hoy en día) como la propia estructura de Doubles vies (2018), basada esencialmente en el diálogo de los personajes, remiten de inmediato al universo de cineastas como Woody Allen o Éric Rohmer (o eso, al menos, es lo que hacen notar la mayoría de reseñas sobre el último filme de Olivier Assayas). En realidad, es muy probable que el director francés haya pretendido, más que rendir homenaje a la manera de hacer cine de los grandes maestros (que también), llamar la atención sobre un mundo que se acaba, por lo menos tal y como lo habíamos conocido hasta la fecha.

A tal efecto, las continuas referencias a la crisis del sector editorial, los nuevos hábitos de los lectores y la irrupción del fenómeno blog deben entenderse como los síntomas de un cambio de ciclo, con la inevitable incertidumbre que comporta el saber que aquello que amamos tiene los días contados.



De ahí a hablar del futuro del cine en tanto que arte no hay más que un paso. Porque el avispado Assayas, que ha elegido a un editor (Guillaume Canet) y a un novelista (Vincent Macaigne) en horas bajas como protagonistas de su historia, podría perfectamente haber abordado el tema con tan sólo cambiar un par de palabras de su propio guion. Concretamente, cuando el personaje de Pascal Greggory se asombra de que la gente prefiera leer los libros en el móvil y no en papel. ¿Acaso no ocurre lo mismo con las pelis?

De todas formas, conviene no perder de vista que Doubles vies es una comedia y que, por lo tanto, las cuitas de Alain (el librero adúltero), Selena (Juliette Binoche), Léonard (el escritor que se resiste a admitir sus traumas llamándolos autoficción) y Valérie (Nora Hamzawi) deberían hacernos sonreír más que preocuparnos. A fin de cuentas, quienes se tomen la molestia de ir a ver un filme de estas características —es decir: los que aún compran cedés (¡o vinilos!), prefieren disfrutar del cine en pantalla grande o de la lectura en letra impresa— ya son plenamente conscientes de formar parte de una especie en vías de extinción. O no.


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