domingo, 16 de abril de 2017

Bella durmiente (2016)












Título original: Belle Dormant
Director: Adolfo Arrieta
Francia/España, 2016, 82 minutos

Bella durmiente (2016)

La casualidad ha querido que acabásemos ayer con una película de ritmo pausado y que comentemos hoy otra de similar cadencia. Aunque los referentes de Belle Dormant, a diferencia del universo oriental de Cemetery of splendour, habría que buscarlos más bien en el cine de Cocteau o en producciones más cercanas en el tiempo como la reciente Le fils de Joseph de Eugène Green. Con esta última comparte un similar tono a medio camino entre la fábula y la sátira, amén del actor Mathieu Amalric. De Cocteau, en cambio, parece haber heredado el gusto por los cuentos de hadas en clave poética, un poco al modo de La belle et la bête (1946).

Teniendo en cuenta que Arrieta (o Arrietta, como firma en esta ocasión, añadiendo uno más a la ya larga lista de heterónimos de los que se ha servido a lo largo de su carrera) procede del mundo de la pintura y del cine underground, no parece extraño que haya decidido adentrarse en una historia en la que se apuesta decididamente por la fantasía como válvula de escape frente a las hostilidades del mundo real. Una realidad concretada de modo específico en el siglo XX, justo el período que se pierden durante su letargo secular los habitantes del reino de Kentz, quienes se duermen en 1900 para no despertarse hasta el año 2000. Toda una declaración de intenciones, al privar (o ahorrarles, sería más apropiado decir) a la Bella Durmiente y a sus súbditos una centuria entera plagada de atrocidades, siendo la peor de ellas el propio progreso.



Porque es el propio realizador quien, hace apenas unos días, en una visita promocional a Barcelona, se confesaba obsesionado con los siglos XVIII y XIX, época en la que la sensibilidad y el refinamiento estético, sobre todo en el terreno artístico, llegan a su cenit. Qué bonito sería, para alguien que ama tan profundamente la belleza, poder dormirse cuando la dicha toca a su fin y así eludir un siglo de barbarie. Y lo mismo podría decirse del príncipe Egon de Litonia: ¿o es que a alguien se le escapa que su atracción por la hermosa dormida y su reino perdido en la jungla es inversamente proporcional a la aversión que le produce su padre, el apático rey? Yendo a buscarla o sobrevolando sus dominios en helicóptero, Egon manifiesta un evidente rechazo del mundo que le ha tocado vivir, así como de sus responsabilidades. Fastidio del que se libera aporreando la batería en los jardines de palacio (para desesperación del insulso monarca).

En esa línea de renuncia a dejarse asimilar por lo establecido cabría situar los títulos de crédito, tanto iniciales como finales: grafías e ilustraciones deliberadamente infantiles que entroncan con el estilo naif del García Lorca dibujante, en cuya poesía, por cierto, se encuentran también algunos elementos de la tradición romántica similares a los utilizados por Arrieta como fuente de inspiración.


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