miércoles, 12 de abril de 2017

Tres Tristes Tigres (1968)




Director: Raúl Ruiz
Chile, 1968, 100 minutos

Tres tristes tigres (1968) de Raúl Ruiz


A pesar de la coincidencia de títulos, nada tiene que ver el primer gran éxito de la filmografía de Raúl Ruiz con la novela homónima del cubano Guillermo Cabrera Infante. En el caso que nos atañe, el célebre trabalenguas fue utilizado por el actor y dramaturgo ocasional Alejandro Sieveking para bautizar la obra de teatro en la que luego se inspiraría el filme Tres tristes tigres.

Un poco en la línea de la Noche de vino tinto de Nunes, los protagonistas de esta película deambulan por los antros de la capital chilena en un ambiente etílico en el que los unos se enganchan a los otros con la vana esperanza de medrar. Algo totalmente ridículo si se tiene en cuenta que, en el fondo, no son más que parásitos.

Raúl Ruiz la rodó pensando en ofrecer la otra cara del mundo edulcorado que se mostraba en Ayúdeme Ud., compadre, musical propagandístico al servicio del gobierno democristiano de Frei. De hecho, son varias las canciones en común que pueden escucharse tanto en una como en otra película. Como aquella de la rana, en la que, un poco avanzando lo que ocurrirá más tarde con Amanda, Tito y Lucho, se van gradualmente añadiendo personajes a la letra.



Cortínez y Engelbert, en el coloquio posterior al pase, han ayudado a contextualizar cómo se gestó Tres tristes tigres. De entrada, Ruiz se vio casi obligado a inventarse el personaje de Luis Úbeda, inexistente en la pieza teatral, para no dejar fuera del elenco al actor Luis Alarcón, toda vez que, a consecuencia de una pelea entre los miembros de la compañía, Nelson Villagra (Tito) no debía participar, en un primer momento, en la filmación. O el hecho de que a partir de la mitad del metraje, aproximadamente, las acciones se irán repitiendo, pero ya en unas condiciones mucho más depauperadas. O las genialidades del cámara argentino Diego Bonacina. Por último, Verónica Cortínez aprovecha para señalar el efecto que originariamente se pretendía causar en el espectador con el fundido a negro final, tras ver a Tito deambulando, a primera hora de la mañana, por uno de los callejones de peor reputación de Santiago: allí mismo se encontraba el cine en el que se estrenó la película, de modo que los espectadores, al salir de la sala de proyección, debían incorporarse a la misma realidad de los personajes.

En esa misma línea, Engelbert comenta cómo en la célebre escena en la que Tito le da una paliza a Rudi (Jaime Vadell) se encuentra en germen el gusto por la violencia del fascismo, algo que enlaza con lo que ya se dijo ayer a propósito de Ayúdeme usted, compadre y de si las imágenes reflejaban o no una sociedad enferma. En cualquier caso, dice Cortínez, algún crítico de la época celebró el hecho de que se patease al patrón, lo cual sería ya un indicador de la desazón social que se vivía en el Chile de dicho período. Quizá por ello, Ruiz pidió a Bonacina que, en esa escena en concreto, se echase encima de los actores hasta el punto de que prácticamente debían sacudírselo de encima. Indicación que el loco camarógrafo (el calificativo lo añade Cortínez) siguió al pie de la letra.


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