lunes, 17 de abril de 2017

Mi adorado Juan (1950)












Director: Jerónimo Mihura
España, 1950, 91 minutos



"¿Quién no conoce a Juan...?" La casualidad ha querido que la entrada número novecientos de Cinefília Sant Miquel coincida con la emisión de la quingentésima película en Historia de nuestro cine. Lo cual ya nos va bien, teniendo en cuenta que el espacio de La 2 es una de las fuentes principales de las que nos surtimos. Y ¿con qué han celebrado la efeméride? Pues con un auténtico diez: sólo por lo redondo de su guion y de sus diálogos, no en vano salidos de la pluma del genial Miguel Mihura, Mi adorado Juan ya debería figurar entre los títulos más sobresalientes de la cinematografía nacional.

Y es curioso que una historia como la que cuenta, centrada en ese personaje un tanto beatífico, experto en sacar de los demás lo mejor que llevan dentro, fuese capaz de entusiasmar por igual a la censura del momento, al público y a la crítica. Probablemente debido a motivos muy dispares, todo sea dicho, pero lo cierto es que sus autores acertaron a concitar la unanimidad entre muy diversos sectores.

Alberto Romea en el papel del Doctor Palacios

El secreto tal vez radique en una eficaz combinación de elementos que van desde un elenco de actores sabiamente escogidos, la mayor parte poseedores de una formidable vis cómica, hasta unas réplicas brillantísimas en las que destaca el peculiar sentido del humor de Mihura, tan agudo como disparatado. Empapado todo ello en un humanismo de raíz cristiana que entronca con el cine italiano que se estaba haciendo en ese mismo período: sin ir más lejos, en la generosidad desprovista de ambición malsana que caracteriza la forma de ser de Juan (Conrado San Martín) es fácil reconocer al Totò de Miracolo a Milano (1951) o a la Gelsomina de La strada (1954).

Aunque también sería posible, ejerciendo ahora de abogados del diablo, ver en Mi adorado Juan una suerte de mensaje alienante, ya que, de poner en práctica lo que predica el protagonista, los espectadores correrían, quizás, el riesgo de convertirse en individuos conformistas, de una mansedumbre idónea para ser gobernados sin rechistar bajo un régimen político como el franquista. Bueno: que cada cual piense lo que quiera. A fin de cuentas, lo principal es que la película mantiene su encanto a pesar de los sesenta y siete años transcurridos desde su estreno.


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