viernes, 8 de enero de 2016

Madre (1963)




Título original: Haha
Director: Kaneto Shindô
Japón, 1963, 100 minutos

Tamiko con su madre


Madre es un intenso melodrama en el que, una vez más, Kaneto Shindô vuelve a incidir en las consecuencias palpables de lo que supusieron las bombas nucleares lanzadas sobre territorio japonés. Como ya hiciera en la aplaudida Los niños de Hiroshima (1952), el recuerdo de la masacre sigue muy vivo. Tanto, que la imagen de las ruinas del salón de promoción industrial, el edificio conocido como Genbaku Dōmu o cúpula de la bomba atómica (hoy convertido en Monumento de la Paz de Hiroshima) aparece una y otra vez como fondo de las acciones de los personajes.



Y de nuevo, al igual que sucede en La isla desnuda (1960), son los más inocentes quienes pagan las consecuencias de los errores de los adultos. El tumor, ceguera y posterior muerte del niño son producto de unas radiaciones que las generaciones venideras se verán condenadas a seguir sufriendo sin tener culpa ninguna. Y lo mismo ocurre, en cierta manera, con el hermano de Tamiko, aunque en su caso la enfermedad es más bien de tipo moral o espiritual: víctima de la abulia y un ambiente familiar enrarecido a raíz de que el padre los abandonara por otra mujer (y agravado cuando se sabe que el padre acaba de morir), vive incluso agobiado por el remordimiento de haber vejado a su hermana durante su niñez (en una ocasión en que no quería ir al colegio, lanzó sus sandalias a un arrozal y obligó a la muchacha a irlas a buscar bajo una intensa lluvia).

Tamiko (Nobuko Otowa) con su hijo

Quizá para redimir esa sensación de culpa decide finalmente robar del bar en el que trabaja los 15.000 yenes que cuesta el piano de su sobrino, lo cual le acabará costando a él la vida. En todo caso, tanto un pez muerto en la pecera como el silencioso piano Yamaha servirán, a nivel metafórico, de testigos mudos que simbolizan el vacío dejado por ambos.

Monumento de la Paz (Hiroshima) en la actualidad

En cuanto a los aspectos técnicos y formales de Madre, es de vital importancia el uso reiterado del monólogo interior, a través del cual descubrimos, por ejemplo, la aversión que siente realmente Tamiko hacia cualquier tipo de contacto físico con su actual marido (lo cual puede considerarse todo un atrevimiento, tratándose de la recatada cultura japonesa). O esos pequeños puntos luminosos que ve en ocasiones y que revelan que muy posiblemente ella también padezca las secuelas de vivir en un ambiente contaminado. Por último, llama también la atención el uso que hace Shindô de los planos en picado, sobre todo con la intención de remarcar qué personajes son más vulnerables.

En definitiva, la película ilustra un caso insólito: el de la culpa que va transmitiéndose (y cobrándose de paso sus víctimas) a lo largo de tres generaciones de una misma familia: el padre, el hermano y el hijo de Tamiko (la actriz Nobuko Otowa), quien no tendrá más remedio que hacer frente a la tragedia.

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