martes, 5 de enero de 2016

Kenji Mizoguchi, la vida de un cineasta (1975)




Título original: Aru eiga-kantoku no shogai
Director: Kaneto Shindô
Japón, 1975, 150 minutos

Todo pasa y todo queda, 
pero lo nuestro es pasar...



El director y guionista japonés Kaneto Shindô murió en 2012 apenas un mes después de cumplir los cien años, aunque a su fructífera carrera debería añadirse el hecho de haber sido ayudante de dirección del mítico Kenji Mizoguchi (1898–1956). Fue a finales de la década de los años treinta, un periodo enormemente productivo en el que la floreciente industria del cine nipón comenzaba a incorporarse al sonoro.

Cuarenta años después, siendo ya un cineasta de reputado prestigio internacional, Shindô firmaba este documental como homenaje no sólo a la figura central del arte cinematográfico de su país sino sobre todo a una forma de entenderlo que murió con él. Hijo de un industrial arruinado, Mizoguchi acusó siempre el haberse educado durante la era Meiji: necesitado imperiosamente del reconocimiento de los demás, tenía muy asumido el respeto a la autoridad y el desprecio a los socialmente inferiores. De ahí su carácter difícil, al que invariablemente aluden la mayoría de testimonios recogidos: actores, productores y demás profesionales del medio que lo trataron.

Collage con algunos de los testimonios que participaron en el filme

Quizá por ese motivo su musa, la actriz Takako Irie, elude admitir el amor platónico que Mizoguchi parecía sentir hacia ella, a tenor del protagonismo que le dio en no pocos de sus filmes. Y es que el mundo femenino gozó de extrema importancia en las películas del realizador de La vida de Oharu, mujer galante. Sin embargo, es el propio Mizoguchi quien, en una entrevista radiofónica concedida en 1950, desvelaba el curioso origen de dicha obsesión: en los inicios de su carrera, tanto él como otro director amigo suyo demostraban un similar interés por los personajes masculinos, de modo que la productora le pidió que rodase historias de mujeres para diferenciarse y así diversificar la oferta.

Takako Irie

Entre las muchas curiosidades que recoge el documental, aparte de conocer el hospital en el que pasó sus últimas horas o alguna de las geishas a las que tan aficionado fue en su juventud, llama la atención el hecho de que Mizoguchi fuese reacio a abandonar el set de rodaje mientras estaba filmando, hasta el punto de hacerse servir allí la cena o incluso utilizar un orinal para no perder tiempo en ir al lavabo. Exageraciones que muestran a las claras hasta qué punto se refugiaba en el trabajo un hombre que veía con estupor, un poco como le sucedería a Visconti en Italia, cómo su mundo de elegancia aristocrática desaparecía irremisiblemente. Transformaciones, además, que quedan patentes en el plano final, cuando la voz lacónica del narrador nos hace saber que la casa de Mizoguchi ya no existe; en su lugar han construido una gasolinera... Malos tiempos para la lírica (si es que alguna vez fueron buenos). O tal vez habría que convenir con Machado (Antonio) que lo nuestro es simplemente "Pasar haciendo caminos, / caminos sobre la mar..."


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