miércoles, 6 de enero de 2016

La guerra de papá (1977)




Director: Antonio Mercero
España, 1977, 93 minutos

La guerra de papá (1977)
de Antonio Mercero


Entreabrió los ojos y, al instante, percibió el resplandor que se filtraba por la rendija del cuarterón, mal ajustado, de la ventana. Contra la luz se dibujaba la lámpara de sube y baja, de amplias alas -el Ángel de la Guarda- la butaca tapizada de plástico rameado y las escalerillas metálicas de la librería de sus hermanos mayores. La luz, al resbalar sobre los lomos de los libros, arrancaba vivos destellos rojos, azules, verdes y amarillos. Era un hermoso muestrario y en vacaciones, cuando se despertaba a la misma hora de sus hermanos, Pablo le decía: "Mira, Quico, el Arco Iris". Y él respondía, encandilado: "Sí, el Arco Iris; es bonito, ¿verdad?"

Miguel Delibes
El príncipe destronado

Pocos directores de cine han demostrado tener la destreza de Antonio Mercero a la hora de trabajar con niños. Así lo certifican películas como Tobi (1978, de nuevo protagonizada por Lolo García) o Planta 4ª (2003) y series de televisión que marcaron época como Farmacia de guardia (1991-1995), Manolito Gafotas (2004) y, de un modo especial, Verano azul (1981-1982).

En el caso de La guerra de papá, Mercero adaptaba la novela de Miguel Delibes El príncipe destronado (Ediciones Destino, 1973) con la ayuda de Horacio Valcárcel, uno de sus habituales colaboradores en las tareas de guionista. No puede decirse que sea el mejor trabajo de Mercero ni tampoco que la película haya envejecido del todo bien, pero sí logra, por contra, reflejar el cambio de mentalidad que pugnaba por abrirse paso durante la transición política, momento decisivo de la historia de España en el que el continuo ruido de sables de la vieja guardia entorpecía la nada fácil tarea de superar antiguas rencillas para dejar atrás, de una vez por todas, la intransigencia propia de quienes habían ganado la guerra.

Y es que, como dice, refiriéndose a su hijo mayor, don Pablo, el papá del título al que daba vida el siempre impecable Héctor Alterio: "Si el chico tiene ideas, serán las mías. Digo, yo..." Sin ni siquiera contemplar la posibilidad de que el adolescente pudiera no comulgar con el hecho de recibir las insignias de un grupo de veteranos. Don Pablo es la personificación del inmovilismo, mientras que para sus hijos la "Cruzada Nacional" (que no vivieron) ya no son más que batallitas aburridas y obsoletas. Es lo que tiene ver el mundo a través de la inocencia de unos ojos de tres años, los de Quico, más preocupado por ganar su propia "guerra" particular: la de superar la lógica pelusilla que le produce el haber sido relegado como benjamín de la casa por su hermana Cristina.

También se recrea, sin embargo, la guerra entre hermanos durante las visitas furtivas de Juan y Quico al gabinete paterno, donde, revolviendo cajones, encuentran la pistola de don Pablo. Pero, como ya sucediera en El espíritu de la colmena (Víctor Erice, 1973), la percepción que su mirada infantil tiene de los conflictos entre adultos hace que lo que pudiera ser una tragedia se zanje con unas cuantas manchas de inofensiva mercromina.

La madre (Teresa Gimpera) se encuentra en el centro de las tensiones familiares: anulada por su marido, sobrepasada por las continuas travesuras de Quico y de Juan y sin poder contar con la ayuda del negligente servicio doméstico (formado por Vito y Domi, es decir, Verónica Forqué y Rosario García Ortega, respectivamente). Su pecado es ser hija de republicano y haberse distanciado ideológicamente de su esposo, aunque ello la hace estar en el bando de los chicos, con cuyo afecto cuenta en el fondo a pesar de los sinsabores que conlleva hacerse cargo de una familia numerosa. De ahí a refugiarse en los brazos del doctor Emilio (Vicente Parra) sólo hay un paso, pese a que no se profundiza en una aventura extramatrimonial que apenas sí se esboza a través de una conversación telefónica. Escena que, por cierto, presencia Quico, haciendo caso omiso de los reiterados gestos de su madre para que se marche. Nada sorprendente, teniendo en cuenta que el niño es una esponja que todo lo capta y todo lo absorbe a pesar de su corta edad.

Antonio Mercero dándole indicaciones a Lolo García

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