Título original: Bram Stoker's Dracula
Dirección: Francis Ford Coppola
EE.UU./Reino Unido, 1992, 128 minutos
«I have crossed oceans of time to find you…»
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Drácula de Bram Stoker (1992) de Coppola |
El sol casi rozaba las cimas de los montes, y las sombras de todo el grupo se proyectaban sobre la nieve. Vi al Conde tendido dentro de la caja, sobre la tierra, que con la brutal caída desde el carro se le había esparcido por encima. Estaba mortalmente pálido, igual que una máscara de cera; sus ojos rojos centelleaban con una mirada horrible y vindicativa que yo conocía muy bien.
Bram Stoker
Drácula (1897)
Traducción de Francisco Torres Oliver
Que Bram Stoker's Dracula (1992) sea la versión cinematográfica más fiel al texto original no significa que no se tome también sus licencias. Sobre todo porque, dotada de una estética como de videoclip, muy de los noventa, resulta de un barroquismo superior incluso al de la propia novela. Su director, el mismo Coppola que contaba en su haber con sonados fracasos de taquilla y/o crítica como Corazonada (1981) o la tercera parte de El padrino (1990), se empeñó en reconciliarse con el público mediante la nada fácil tarea de adaptar, por enésima vez, la obra cumbre del terror gótico.
A diferencia de las estilizadas interpretaciones que Bela Lugosi y Christopher Lee habían protagonizado para la Universal y la Hammer, respectivamente, el Conde al que da vida Gary Oldman tiene tanto de monstruo como de dandi, pese a que también luzca sus mejores galas cuando se trata de seducir a la joven Mina (Winona Ryder) en los elegantes salones del Londres victoriano. Sin embargo, ya no se trata de un individuo altanero y engominado, sino que su estilo, con mostacho y melenas, tiene más de incomprendida estrella del rock, víctima de siglos de soledad, que no de aristócrata decadente.
Aunque si por algo destaca esta nueva lectura del mito vampírico es a causa de la enorme carga sexual que se hace explícita con cada incursión nocturna del Nosferatu (y su corte de sensuales odaliscas, entre ellas Monica Bellucci) en las alcobas de sus "conquistas". Lo cual no deja de ser, hasta cierto punto, una tergiversación del sentido primigenio de la obra, cuyo innegable trasfondo puritano (la lucha del bien contra el mal) queda reducido a un simple flirteo en el que Mina cede inicialmente a los encantos del maligno.
No podemos concluir, por último, sin destacar la imponente banda sonora del polaco Wojciech Kilar (1932-2013), uno de los puntos fuertes de la cinta y base sobre la que se sustenta buena parte del ritmo narrativo. Y lo mismo pudiera decirse del imaginativo diseño de vestuario de la japonesa Eiko Ishioka, el maquillaje y los efectos de sonido, categorías, estas tres, que fueron recompensadas con sendos premios Óscar.
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