Título original: La prima notte di quiete
Director: Valerio Zurlini
Italia/Francia, 1972, 132 minutos
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La primera noche de la quietud (1972) |
Hay películas, como La prima notte di quiete (1972), del italiano Valerio Zurlini, cuyo atractivo principal reside en una determinada estética, muy cercana a lo que pudiera denominarse un existencialismo tardío. Son esos planos generales del protagonista, embozado en su sempiterno gabán mientras camina cabizbajo a lo largo del desierto paseo marítimo de Rímini, los que de alguna manera definen la atmósfera de cuanto sucede en pantalla. Dicho individuo, de nombre Daniele Dominici e interpretado por Alain Delon, refleja en su rostro el tormento que lo atenaza ante el absurdo de una vida para él desprovista de sentido. Apenas algunos versos, tal vez el placer efímero de los juegos de azar, logran llenar ese vacío tan insufrible.
Se intuye, por su apellido ilustre, que el susodicho debe proceder de alguna insigne familia, si bien ha preferido refugiarse en una pequeña localidad de provincias, donde ejercerá de profesor de literatura en un modesto centro de enseñanza secundaria, quién sabe si huyendo de su propio pasado. Le acompaña su pareja (Lea Massari), de la que parece haberse distanciado hace tiempo y con la que sólo comparte techo. Triste panorama y triste horizonte, por tanto, el que Daniele tiene frente a sí.
Y entonces se abre de improviso una posibilidad para la esperanza, una fisura sobre la superficie gris de la realidad cotidiana que deja entrever que aún hay motivos para ilusionarse: Vanina (Sonia Petrovna) destaca entre los demás alumnos por su belleza y sus conocimientos literarios, pero también por un halo de misterio que suscita de inmediato el interés de Daniele. Lo malo es que es la novia de Gerardo (Adalberto Maria Merli), arrogante propietario de un imponente deportivo rojo y uno de los compañeros de timba del profesor. De modo que enamorarse de semejante muchacha lo mismo pudiera comportar su salvación que su perdición definitiva...
No obstante, parece razonable objetar que la puesta en escena de Zurlini adolece de una serie de tics (la vacuidad de los espacios, la incomunicación entre personas...) que hoy resultan un tanto impostados. O quizá es que la cinta que nos ocupa se rodó en una época en la que lo que tocaba era ya otra cosa: de haberse realizado una década antes y en manos de, por ejemplo, un Antonioni, a lo mejor estaríamos hablando de una obra maestra a la altura de La notte (1961) o de El eclipse (1962). En todo caso, no puede negarse el poder de fascinación de ese viaje melancólico y amargo de los protagonistas (dos seres vulnerables, marcados por sus respectivas trayectorias vitales) a través del desencanto y la soledad.
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