Título original: Cool Hand Luke
Director: Stuart Rosenberg
EE.UU., 1967, 127 minutos
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La leyenda del indomable (1967) |
El que pasa por ser uno de los dramas carcelarios por excelencia surgió del empeño de Jack Lemmon de llevar a la pantalla la novela autobiográfica de Donn Pearce. Aunque al actor no le quedó más remedio que conformarse con producir la adaptación cinematográfica, ante la evidencia de que Paul Newman era el candidato idóneo para meterse en la piel del indómito preso protagonista. En ese sentido, son muchos los momentos icónicos (la ingesta de cincuenta huevos; la emotiva balada con el banjo, sobre las literas, mientras afuera llueve) de una cinta que influiría notablemente en ulteriores muestras de dicho subgénero, hasta el extremo de que ya nada volvería a ser igual tras la soberbia interpretación de Newman.
Efectivamente, sin Cool Hand Luke (1967) no habrían existido ni Brubaker (1980), dirigida también por Stuart Rosenberg, ni tampoco Cadena perpetua (1994), lo que confirma el éxito de una fórmula cuya esencia oscila entre el drama y ligeros toques de comedia (por ejemplo la rubia explosiva que lava su coche ante la mirada atónita de los internos) dejando al descubierto, al mismo tiempo, un innegable trasfondo de crítica social.
Tal y como se desarrollan los hechos descritos, el sistema penitenciario que refleja la película arroja una imagen lamentable de lo que debiera ser un centro para la rehabilitación y posterior reinserción en la sociedad de los reclusos. Muy al contrario, los métodos infrahumanos utilizados por el alcaide (Strother Martin) y sus secuaces reducen a los internos prácticamente a la esclavitud, ya sea asfaltando carreteras o arrancando maleza en los arcenes.
Aun así, el espíritu de camaradería que se acaba fraguando entre los presidiarios demuestra confianza en la condición humana, capaz de sobreponerse a las adversidades e incluso, como en el caso de Luke, de rebelarse reiterada y obstinadamente contra los atropellos del poder. De hecho hay algo mesiánico en un personaje que se expone continuamente al martirio de los guardianes, encabezados por el inquietante "Hombre sin ojos" (Morgan Woodward), como si quisiera mostrarle al resto el camino de su redención. Según esta lectura, el paso por la "nevera" o los grilletes después de cada intento de fuga no serían más que actos de penitencia en la lucha por defender su dignidad.
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