lunes, 23 de julio de 2018

Happy End (2017)




Director: Michael Haneke
Francia/Alemania/Austria, 2017, 107 minutos

Happy End (2017) de Michael Haneke


Basta con dos frases extraídas del libro Haneke par Haneke: entretiens avec Michel Cieutat et Philippe Rouyer (Stock, 2012) para hacerse una idea precisa del método y la personalidad de uno de los principales realizadores en activo del panorama internacional: "Todos somos egocéntricos, falsos e hipócritas. Y, a la vez, unos resentidos, tristes y solitarios." "Siempre he intentado captar en mis guiones la ambigüedad y la contradicción que prevalecen en la vida".

La última entrega del director austriaco de origen alemán supone otra vuelta de tuerca en su particular universo de aparente calma y violencia soterrada: el mal está ahí, entre nosotros, y no hace falta subrayar nada. Por lo tanto, y como ya es marca habitual del estilo inconfundible que lo ha hecho célebre, Haneke muestra los hechos al desnudo, sin música incidental ni oropeles innecesarios. Tiene suficiente con plantar la cámara en la distancia, prescindiendo de primeros planos. Así, es el espectador quien deberá sacar sus propias conclusiones.

En ese sentido, Happy End no aporta nada nuevo a lo que ya sabíamos acerca de un cineasta experto en incomodar al espectador. Más que nada, con su nueva película viene a confirmar lo poco que ha avanzado el mundo desde Código desconocido (2000), cinta con la que ésta plantea algunas similitudes. Si un caso, las nuevas tecnologías y las redes sociales han contribuido a insensibilizarnos y aislarnos todavía un poco más.



Ève (Fantine Harduin, la misma niña que veíamos hace unos días en La bruma), se diría que es, con su móvil siempre a punto para grabarlo todo, el paradigma de una generación sin escrúpulos para quien la moral ha muerto. ¿Seguro? Su abuelo, el patriarca de los honorables Laurent (de nuevo Jean-Louis Trintignant), cumple la función de demostrar que la crueldad no es patrimonio exclusivo de los más jóvenes: en la escena que ambos comparten en su despacho, uno y otro se sinceran sobre los motivos que les han llevado, respectivamente, a querer envenenar o asfixiar a sus seres queridos. No es que se saque mucho en claro (ya hemos visto en la cita del primer párrafo que Haneke no es demasiado partidario de ello), pero como mínimo constatamos la existencia de un aire en la familia, una suerte de "discreto encanto de la burguesía", del más grande al más chico, que les empuja a la imperturbabilidad, a las virtudes públicas y los vicios privados, mientras decenas de miles de inmigrantes siguen llegando cada día a las costas de Calais.

Es, por ello, muy significativo que a Pierre (Franz Rogowski, a quien aún se puede ver en la cinta alemana En tránsito), el único miembro del clan familiar que se atreve a rebelarse contra la hipocresía que preside las relaciones entre ellos, los demás lo perciban como un loco, un desequilibrado que con sus acciones puede poner en peligro la estabilidad financiera de la empresa constructora que preside su madre (Isabelle Huppert).


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