sábado, 7 de julio de 2018

Las mejores intenciones (1992)




Título original: Den goda viljan
Director: Bille August
Suecia/Dinamarca/Finlandia/Noruega/Islandia/Alemania/Francia/Italia/ReinoUnido, 1992, 181 minutos

Las mejores intenciones (1992)


Bergman sin Bergman... O lo que es lo mismo: de cómo un guion escrito por el prestigioso cineasta sueco no basta para emular su inconfundible toque personal. Porque, a pesar del indiscutible encanto que pueda tener Las mejores intenciones (1992), la recreación de la vida de los padres del futuro director que lleva a cabo su compatriota Bille August, a lo largo de tres horas, no pasa de ser una lánguida historia de burgueses que deshojan la margarita.

Dicho lo cual, y admitiendo que nadie más que otro genio a la altura de Bergman podría haber igualado un estilo ya de por sí inimitable, conviene tener en cuenta que el filme que nos ocupa, versión reducida de una serie televisiva, fue recompensado con una merecidísima Palma de Oro (la primera vez, de hecho, que un matrimonio era premiado en Cannes en distintas categorías de una misma película: August en la dirección y su entonces esposa Pernilla como mejor intérprete).

Retrato de familia con los Åkerblom al completo


A la luz de lo que aquí se cuenta (a saber: la tempestuosa relación entre un pastor protestante y la heredera de una familia acomodada de Upsala) resulta algo más fácil penetrar el proverbial hermetismo por el que, posteriormente, la filmografía del hijo de ambos llegaría a ser célebre. Un largo camino que arranca en 1909 y que, pese a la férrea oposición de los Åkerblom y demás obstáculos propios de una sociedad enormemente condicionada por las diferencias de clase, llegará a "buen" puerto. Al menos ésa es la sensación que a uno le provoca la atmósfera de beatífica quietud que en todo momento transmite la puesta en escena.

Por lo que tiene de recreación histórico-familiar, Den goda viljan es el complemento ideal de lo que ya expusiera el propio Bergman una década antes en Fanny y Alexander (1982), con ese tono entre crepuscular y decadente tan en la línea, hasta cierto punto y salvando las distancias, de otras obras maestras del género como Muerte en Venecia (1971) y el resto de ensoñaciones aristocráticas de Visconti.


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