viernes, 20 de julio de 2018

Reflejos en un ojo dorado (1967)




Título original: Reflections in a Golden Eye
Director: John Huston
EE.UU., 1967, 108 minutos

Reflejos en un ojo dorado (1967) de John Huston


Una base militar en tiempo de paz es un lugar monótono. Suceden cosas que vuelven a repetirse una y otra vez. El plano general de una fortaleza contribuye a la monotonía; las enormes barracas de concreto, las impecables hileras de casas para la oficialidad construidas exactamente iguales, el gimnasio, la capilla, el campo de golf, la piscina. Todo diseñado de acuerdo con un modelo estricto. Aunque tal vez la monotonía de una base se debe principalmente a la estrechez de miras y al exceso de ocio y seguridad, pues una vez que un hombre entra en el ejército lo único que se le exige es que siga los talones del que va delante. Sin embargo, en una base militar suelen suceder cosas que no se repiten. Hay una base en el Sur donde hace pocos años se cometió un asesinato...

Carson McCullers
Reflejos en un ojo dorado
Traducción de Jaime Silva

Una de las ventajas de estar de vacaciones es el disponer de más tiempo para la lectura, ir al cine o, combinando ambas actividades, leerse una novela y, acto seguido, ver su adaptación cinematográfica. Y eso es justamente lo que uno ha estado haciendo durante la última semana: sabedor de que la Filmoteca de Catalunya tenía previsto proyectar esta tarde Reflejos en un ojo dorado (1967) de John Huston, ya hace algunos días que andaba enfrascado en la narración homónima de Carson McCullers.

Y lo primero que habría que señalar a propósito es el alto grado de fidelidad que se observa en la película respecto al texto original: efectivamente, apenas sí hay cambios más allá de minucias como el hecho de que en la novela se especifica que el Mayor Langdon lleva un bigote canoso que brillará por su ausencia en el rostro del actor Brian Keith o que determinadas frases cambian de lugar y de personaje que las pronuncia, como el chiste sobre la supuesta llamada del criado filipino Anacleto al General de la base pidiéndole que no toquen a diana para no importunar el sueño de su delicada Madame Alison, por ejemplo, que en el filme es contado por un oficial cualquiera durante el transcurso de la fiesta que ofrecen los Penderton, mientras que en el libro es el propio Capitán quien se lo explica a Leonora sin que a ésta le haga la más mínima gracia.

El Capitán Penderton (Brando) y su esposa Leonora (Taylor)


Al margen de este tipo de detalles, Reflections in a Golden Eye marcará la cima de la creatividad de Huston, por lo que no es de extrañar que en sus memorias (A libro abierto, Ed. Espasa Calpe, p. 400) el director demostrase tenerla en muy alta estima: "Me gusta Reflejos en un ojo dorado. Creo que es una de mis mejores películas. Todos los actores […] hicieron una interpretación maravillosa, incluso mejor de lo que yo hubiera esperado. Y Reflejos es una película bien construida. Escena por escena —en mi humilde opinión— es bastante difícil ponerle peros". Hombre: transcurrido más de medio siglo después de su estreno, alguna que otra pega sí que se le podría poner. ¿O acaso Montgomery Clift, fallecido en julio del 66, no habría sido mejor opción, como en principio estaba previsto, para el papel de atormentado oficial que finalmente interpretaría Brando? ¿No habría sido Ava Gardner una Leonora más ardiente que la pizpireta Liz Taylor? Por no hablar del efectista final, con la cámara saltando a toda velocidad y alternativamente sobre el rostro de cada uno de los tres personajes que intervienen en el desenlace.

Con todo, no se puede negar que tanto la novela como la película logran captar la profundidad psicológica de unos individuos marcados por un carácter complejo en el que se dan cita obsesiones y trastornos de diferente naturaleza, incluida una indisimulada pulsión homosexual que supuso todo un atrevimiento para la época. Todo lo cual acaba generando un ambiente explosivo, acentuado en la versión cinematográfica por la cita de la autora que, en plan "crónica de una muerte anunciada", aparece sobreimpresa al principio y al final. Una Carson McCullers "tan inteligente, tan despierta, tan terriblemente castigada [por la parálisis que la postró en una cama]" (op. cit., p. 397) que fallecería apenas dos semanas antes del estreno.


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