lunes, 2 de marzo de 2015

Birdman o (La inesperada virtud de la ignorancia) (2014)











Título original: Birdman: Or (The Unexpected Virtue of Ignorance)
Director: Alejandro González Iñárritu
EE.UU., 2014, 119 minutos

Birdman o el triunfo del E C L E C T I C I S M O




Empieza a ser habitual comenzar refiriéndose a Birdman como la película del eterno plano secuencia, con la consabida alusión posterior a ilustres precedentes que jugaron al mismo juego, desde La soga de Hitchcock hasta El arca rusa de Sokurov. Por no mencionar sus cuatro Óscars (muy bien merecidos, dicho sea de paso). La película de González Iñárritu, sin embargo, es mucho más que eso, erigiéndose en un inteligente ejercicio de síntesis en el que cabe absolutamente de todo, por muy dispares que sean sus orígenes: superhéroes, críticos teatrales, jazz, alucinaciones, drama, comedia, autoparodia, Broadway, meteoritos, crisis y reconciliaciones entre parejas, el éxito y el fracaso, acción, Raymond Carver, redes sociales...

Comencemos, por ejemplo, por la banda sonora: el film se abre y se cierra con el solo de batería del mejicano Antonio Sánchez (también veremos a un doble suyo tocando fugazmente en varias escenas). Pero la fuerza del batería del Pat Metheny Group alterna con la grandiosidad de la Sinfonía número 9 de Gustav Mahler, el lirismo de la Pavana para una infanta difunta de Maurice Ravel y otros fragmentos de piezas orquestales de Rachmaninov o Chaikovski.

Aunque, ¿de qué trata realmente Birdman? Toda la trama gira en torno al actor Riggan Thomson (un inmenso Michael Keaton que comparte no pocas semejanzas con el personaje), célebre en sus buenos tiempos por haber dado vida en el cine al superhéroe Birdman (evidente guiño por Batman) y que confía reactivar su agonizante carrera artística con un montaje teatral en Broadway basado en relatos de Carver. No obstante, al aproximarse la noche del estreno de la obra todo parece precipitarse y se intuye el desastre.

Aun así, quizá el verdadero tema de la película queda relegado a un segundo plano, pasando inadvertido ante semejante alarde visual. ¿Acaso no es Riggan un esquizofrénico? ¿O son realmente reales sus poderes sobrenaturales así como el inquietante alter ego del que a duras penas logra librarse? En este sentido, el hecho de que la historia esté a menudo narrada desde su punto de vista no parece ayudar demasiado a delimitar fantasía y realidad, si bien dicha confusión (por la que ya apostó, por cierto, Guillermo del Toro en El laberinto del fauno) deja abiertas todas las posibilidades. Y eso, sin duda, siempre es un primer paso para lograr concebir una obra maestra.


El protagonista se ve continuamente asaltado por sus propios demonios

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