lunes, 18 de abril de 2016

El clavo (1944)




Director: Rafael Gil
España, 1944, 99 minutos

¿APOPLEJÍA FULMINANTE O CRIMEN NOVELESCO...?



Lo que más ardientemente desea todo el que pone el pie en el estribo de una diligencia para emprender un largo viaje, es que los compañeros de departamento que le toquen en suerte sean de amena conversación y, tengan sus mismos gustos, sus mismos vicios, pocas impertinencias, buena educación y una franqueza que no raye en familiaridad.

Pedro Antonio de Alarcón, El clavo

Un poco como en La diligencia de John Ford (Stagecoach, 1939), los protagonistas de El clavo se conocen durante un largo viaje en coche de postas. De ambientación claramente decimonónica, el filme de Rafael Gil tiene sin embargo algo del Tú y yo de Leo McCarey: como La diligencia, la primera versión es de 1939, aunque todo el mundo tenga en mente el remake de 1957; en ambas versiones, eso sí, la pareja de enamorados se cita en un mismo lugar al cabo de un año, si bien ella no llega a cumplir la promesa por motivos ajenos a su voluntad (cosa que, no pudiendo ser sabida por el otro, es vivida como una traición). En el caso de El clavo, el encuentro estaba previsto para el 15 de mayo.

Javier Zarco (Rafael Durán) y Blanca (Amparo Rivelles)
en la escena inicial de El clavo (1944)


De todas formas, la fuente de la que bebe la película no es solo cinematográfica sino esencialmente literaria, puesto que se trata de la adaptación de un relato de Pedro Antonio de Alarcón que la productora CIFESA rodó para competir con el éxito que había tenido un año antes El escándalo, basada en otro texto del mismo autor y dirigida por José Luis Sáenz de Heredia. Además, el clavo al que alude el título también hace pensar en Chéjov debido a una célebre anécdota espúrea atribuida al autor ruso: "Si al inicio de un relato se indica, como de pasada, que en una de las paredes de un cuarto sobresalía un clavo, éste deberá servir, al final del mismo, para que acabe pendiendo de él el cuerpo sin vida del protagonista..."

Es, asimismo, este puntiagudo objeto el que contribuye a que la historia se desvíe desde la inicial comedia romántica hacia la investigación policiaca, merced a un cráneo agujereado que hallará el juez Javier Zarco cinco años después en el vetusto cementerio de Mérida Nueva y que le pondrá en guardia en su afán por esclarecer un crimen cometido en 1865, el cual, sin él saberlo, acabará estando relacionado con el paradero desconocido de Blanca y su verdadera identidad.

Pieza fundamental de la trama es la intervención de Juan (Juan Espantaleón), el ayudante del juez que, mediante las pesquisas que lleva a cabo en Madrid, contribuirá involuntariamente al trágico desenlace.


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