domingo, 3 de abril de 2016

Goya en Burdeos (1999)




Director: Carlos Saura
España/Italia, 1999, 100 minutos

"La espiral es como la vida..."

Goya en Burdeos (1999) de Carlos Saura


Durante años buscaba yo algo. No sabía el qué. Y allí estaba. Todo explicado. Claro, evidente, como una revelación. Ésa es la pintura que yo quería hacer. Que pareciera inacabada. Ligera. Con la apariencia de hacerse sin esfuerzo. Fuera de todo tiempo, espacio y lugar. ¡Y con qué delicadeza y sabiduría! Más allá de toda realidad palpable y física. Esta otra realidad. La que nace de la pintura. Espejo deformante de la vida. Reflejo de un instante. Realidad mágica donde todo es posible. Yo nunca tendré la serenidad de Velázquez. Mi temperamento es apasionado y vehemente. Yo en la pintura he tenido tres maestros: Velázquez, Rembrandt y la naturaleza. Rembrandt, Velázquez y la imaginación...

La fascinante figura de Francisco de Goya dio lugar, en manos de Carlos Saura, a una ambiciosa producción en la que la pintura del genio aragonés cobraba vida gracias a la fotografía de Vittorio Storaro, el diseño de producción de Pierre-Louis Thévenet, la escenificación de algunos cuadros por parte de La Fura dels Baus, el vestuario de Pedro Moreno o los decorados de Luis Ramírez. Mediante un complejo sistema de iluminación y el uso de paneles transparentes, se lograba recrear el exilio del artista en Burdeos lo mismo que su periodo de pintor en la corte. Al anciano lo interpretaba Paco Rabal; al maduro, José Coronado.

Con todo, y aunque la comparación pueda parecer sorprendente, en el inicio del filme es inevitable pensar en Stanley Kubrick, fallecido apenas unos meses antes del estreno de Goya en Burdeos: un caduco y decrépito Goya, cuyo rostro ha surgido de las entrañas de una res muerta, despierta en el lecho de su habitación y se pregunta a sí mismo: "¿Dónde estoy? ¿Dónde me han metido? ¿Quién me ha traído aquí?" Tras levantarse y acercarse a la ventana, dibuja una espiral en el vaho de la ventana. Cuando se gira, vemos la cama y el resto de la habitación desde su punto de vista, bañados en luz azul. La misteriosa silueta de una mujer avanza y sale por la puerta. Goya la sigue, atravesando un estrecho pasillo en el que la luz es ahora de un blanco cegador. Las paredes, el techo, la ropa del desorientado anciano: todo es blanco. Las baldosas del suelo, en cambio, semejan un tablero de ajedrez. Por lo que tiene de onírica y de "fuera de todo tiempo, espacio y lugar", la escena recuerda al tramo final de 2001: a aquella habitación de hotel al otro lado del universo en la que el avejentado protagonista perdía la noción de sí mismo.

Arriba la habitación de Goya; abajo la de 2001


A fin de cuentas, no es del todo descabellado plantear una conexión Saura-Kubrick, considerando que en 1980 el director americano requirió al español para que se hiciese cargo del doblaje de El resplandor, en el que pondría su voz, por ejemplo, Verónica Forqué.

En otro orden de cosas, resulta también tentador imaginar un paralelismo entre Goya y Saura, y no sólo porque la labor artística de ambos consista en captar la realidad o por el hecho de que la película esté dedicada a su hermano Antonio (pintor de renombre internacional) sino porque el papel de Leocadia, la última amante del octogenario Goya, recayó en Eulàlia Ramón, pareja del director en la vida real: cuando Leocadia le ayuda a bañarse y le dice que se está volviendo un viejo gruñón, ¿es posible no pensar, dada la diferencia de edad que los separa, que la actriz le habla en realidad al director y guionista? De todas formas, puestos a buscar paralelismos, el Goya de Saura tiene bastante más de buñuelesco por lo fácil que resulta enlazar el surrealismo con las Pinturas negras y los Caprichos (amén de la mutua condición de baturro y sordo que comparten).



Pero hay otro Goya, todo sensualidad: el que encarna José Coronado; aquél que al enamorarse de Cayetana (la Duquesa de Alba que interpreta Maribel Verdú), pintó las Majas al compás de la música de Boccherini.



Lástima (siempre tiene que haber algún pero) que los diálogos de Goya en Burdeos adolezcan de una cierta tendencia al subrayado, que en el cine español parece que sea endémica: indicaciones o aclaraciones de tipo histórico o biográfico que se dejan caer "al azar" en las réplicas y que empobrecen la magnífica labor llevada a cabo en el plano formal.

Suerte que el conjunto se salva gracias a soliloquios de una extrema lucidez (véase el que encabeza esta entrada) y de una vigencia conmovedoras. Sirvan, a modo de conclusión, estas palabras, válidas en el siglo XVIII y, lamentablemente, también en el XXI: "Cuando lo que en España hacía falta era que todo el mundo supiera leer y escribir, seguir el ejemplo de Francia y de la Ilustración, aquí lo único que se llevaba era la ignorancia, la corrupción y la calumnia..."

No hay comentarios:

Publicar un comentario