lunes, 26 de diciembre de 2016

El ciudadano ilustre (2016)




Directores: Gastón Duprat y Mariano Cohn
Argentina/España, 2016, 118 minutos

K A F K A  en  la  Pampa

El ciudadano ilustre (2016)


Además de futbolistas (y un papa), la Argentina ha dado al mundo grandes escritores: desde Borges hasta Cortázar, pasando por Sábato, Bioy Casares, Roberto Arlt y tantísimos otros. Ni uno solo, sin embargo, fue jamás premiado con el Nobel de literatura, de lo que se deducen dos cosas: la primera, que los gustos del jurado sueco dejan mucho que desear; la segunda, que no debe de ser tan prestigioso un galardón con el que se desaprovechó la oportunidad de laurearlos a todos ellos...

Sea como fuere, los directores Gastón Duprat y Mariano Cohn han querido partir de la premisa de que por fin un compatriota obtenía dicho merecimiento para la concepción de una película que es a la vez tremendamente lúcida y sobrecogedoramente corrosiva. En El ciudadano ilustre, Daniel Mantovani es el desgraciado agraciado (valga la paradoja redundante): agraciado con el insigne premio y desgraciado por la inesperada espiral de acontecimientos que desatará su visita a Salas, el pueblo que lo vio nacer y del que llevaba cuarenta años ausente.

Como ocurría en After Hours de Scorsese (Jo, ¡qué noche!, 1985) y en tantas películas de similar estructura, el literato protagonista (genialmente interpretado por Óscar Martínez) se verá inmerso en una vorágine cada vez más intrincada, pero que había arrancado del modo en apariencia más inocente: recibir el modesto homenaje que le brinda la municipalidad de Salas nombrándolo hijo predilecto de la villa. Sin embargo, poco podía imaginar el afamado Mantovani, residente en Barcelona desde hace décadas, que las cosas llegarían a complicarse hasta alcanzar una magnitud catastrófica.

Pueblo pequeño / Infierno grande

Viendo El ciudadano ilustre es fácil que a uno le vengan a la mente aquellas comedias negras que el cine español alumbró allá por los años sesenta y setenta. Lo que un Marco Ferreri o un García Berlanga dijeron de este país bajo el franquismo a partir de la mordacidad contenida en los guiones que para ellos escribiera Rafael Azcona. Pues bien: esa misma visión ácida, dentro de la más genuina tradición kafkiana, es aplicable ahora a la realidad argentina, merced a la inteligencia de la que ha sabido dotar a la historia y a los diálogos Andrés Duprat.

Son muchas las escenas memorables que contiene el filme: cómo se puede utilizar un libro con tal de sobrevivir en una situación de emergencia; la historia de los dos hermanos gemelos enamorados de una pelirroja; el concurso de pintura de cuyo jurado forma parte Mantovani; la entrevista en la televisión local; Roque imitando el grito del chancho... Y en todas ellas se halla presente la misma perspicacia respecto a los dos temas de fondo: por una parte, el mostrar el anquilosamiento de la sociedad argentina a través de una pequeña ciudad de provincias; por otra, la reflexión acerca de lo que representa hoy día ser escritor, ligado a la vez a la absurdidad de la fama y a cómo se pasa de héroe a villano en cuestión de segundos.

Hacía tiempo que un servidor no salía tan entusiasmado de una sala de cine. Por su sólido armazón dividido en capítulos, como si de una novela se tratase; por lo bien resuelto que está el desenlace; por la coherencia del discurso; en definitiva, por la credibilidad que alienta en los personajes y en las situaciones, puede considerarse a este Ciudadano ilustre como lo mejorcito que nos ha aportado el 2016.


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