martes, 13 de diciembre de 2016

Distrito quinto (1958)




Director: Julio Coll
España, 1958, 94 minutos

Distrito quinto (1958) de Julio Coll


Interesante ejercicio de cine negro el que llevó a cabo Julio Coll en Distrito quinto (1958). Situando la acción en un ambiente claustrofóbico, logra que la tensión experimentada por los personajes traspase la pantalla y se le acabe contagiando al espectador. Porque Juan Alcover (interpretado por Alberto Closas) es uno de esos individuos inquietantes que uno nunca sabe muy bien ni qué está pensando ni qué es lo siguiente que va a hacer. Durante buena parte del metraje sus compañeros (y nosotros con ellos) irán haciendo cábalas sobre por qué tarda tanto en acudir con el botín, al tiempo que rememoran cómo entró en sus vidas.

En ese aspecto, la película es un portento narrativo: teniendo en cuenta que el nerviosismo debe ir en aumento a la par que la acción, Julio Coll y su equipo de guionistas (integrado por Lluís Josep Comerón, José Germán Huici y Jorge Illa, a partir de una pieza teatral de Josep Maria Espinàs) optaron por contar la historia mediante flashbacks, los cuales irán alternando con la angustia del presente en el pequeño apartamento barcelonés en el que se han dado cita tras realizar el golpe.



Aparte del ya mencionado Alberto Closas y de la banda sonora jazzística de Xavier Montsalvatge, destacan en el reparto un joven Arturo Fernández (Gerardo) y el bailarín flamenco Pedro de Córdoba (Miguel). También aparece fugazmente José María Caffarel, encarnando a un supuesto inspector de policía. Porque entre estos elementos las falsas apariencias son un modus vivendi tan lícito como otro cualquiera. Ahí está Gerardo, con su cámara de fotógrafo ambulante: lo de menos son los retratos que pueda hacer, puesto que él sobrevive en buena medida gracias a las argucias que aprendió de El Marquesito, precisamente el hombre que acaban de matar en el inmueble de enfrente.

Pero se intuye en esta picaresca barcelonesa de medio pelo algo más profundo y patético: son los anhelos, a ratos frustrados y a ratos ridículos, de quienes pretenden ser poeta (y no escriben más que ripios) o de los que confían en el amor sincero de una mujer que al fin y a la postre resultará ser un gancho más para sumar cómplices a la compleja maquinación del robo. Quimeras, en definitiva, de un grupo humano que, como en el cuento de la lechera, caen en el error de hacerse vanas ilusiones aun antes de haberse repartido el dinero.

Arturo Fernández (Gerardo) y Alberto Closas (Juan)

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