Título original: Birdman of Alcatraz
Director: John Frankenheimer
EE.UU., 1962, 149 minutos
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El hombre de Alcatraz (1962) de J. Frankenheimer |
Si no fuese porque el personaje central de Birdman of Alcatraz (1962) existió realmente, pudiera pensarse que la idea de un recluso aficionado a la ornitología nació de la imaginación sutil de algún guionista de Hollywood. Porque qué mejor metáfora de lo que supone el cautiverio que la de un hombre condenado a cadena perpetua por doble asesinato que, sin embargo, logra encontrarle un sentido a su vida a través de las aves, símbolo de la libertad.
A este respecto, la dirección de John Frankenheimer subraya el carácter claustrofóbico de la historia mediante una puesta en escena eminentemente teatral en la que el protagonista se encuentra tan enjaulado como los gorriones y demás pájaros que cría en su celda. Una historia verídica, basada en la biografía de Robert Franklin Stroud (1890-1963), quien falleció un año después del estreno de la película sin que las autoridades federales le hubiesen permitido verla.
De todos modos, parece ser que el verdadero señor Stroud no resultaba tan afable en la vida real como el adusto preso al que interpreta magistralmente Burt Lancaster, merecedor por su papel, auténtico recital de contención dramática, de una candidatura al Óscar, así como del BAFTA y de la Copa Volpi en Venecia. Sea como fuere, lo cierto es que asistir a la evolución del convicto, viéndolo trabajar en la soledad de su celda, produce un insólito placer en el espectador, que se siente partícipe de sus progresos.
Muchos son, en definitiva, los momentos que vale la pena destacar de una cinta tan sumamente memorable como la que nos ocupa, ya sea la relación de Stroud con sus carceleros (en especial aquél que le recuerda que él también es una persona, digna, por tanto, de que le den las gracias cuando es preciso), las continuas tensiones con el alcaide (Karl Malden), el ascendiente enfermizo de una madre sobreprotectora (Thelma Ritter) o el curioso idilio que mantiene con Stella Johnson (Betty Field), fruto de una intensa labor académica que termina por llamar la atención de la comunidad científica más allá de los estrechos límites de un centro penitenciario de alta seguridad.
Un clásico del género.
ResponderEliminarUna película de las que dejan huella.
EliminarFrankenheimer y Lancaster obtienen una gran película partiendo de un material a priori delicado y poco cinematográfico.
ResponderEliminarUn abrazo.
Uno de los mejores títulos del cine carcelario.
EliminarUn abrazo.
Sin perder de vista la valía del guionista Guy Trosper (LA PUERTA DEL DIABLO, EL ROSTRO IMPENETRABLE, EL ESPÍA QUE SURGIÓ DEL FRIO), el acercamiento a ese Robert Stroud, un hombre que permaneció en prisión más de medio siglo, me parece más afectivo que ecuánime y de ahí que la película, en su dilatada duración, me resulte parcial y fatigosa, pese a algunos momentos de conseguida fuerza dramática. Y ello, merced al dominio de la puesta en escena que ya entonces demostraba John Frankenheimer (aún estaban por llegar sus mejores películas) y al espléndido trabajo de todos sus intérpretes. Resulta curioso cotejar los extrovertidos trabajos de Lancaster en títulos como, por ejemplo, VERACRUZ y EL FUEGO Y LA PALABRA con esta casi bressoniana composición de su personaje en la película que nos ocupa.
ResponderEliminarUn saludo.
"Bressoniano" es un término que resume a la perfección el tono de esta película.
EliminarSaludos.