sábado, 19 de octubre de 2024

Los cuatrocientos golpes (1959)




Título original: Les quatre cents coups
Director: François Truffaut
Francia, 1959, 100 minutos

Los cuatrocientos golpes (1959) de François Truffaut


Este lunes, 21 de octubre, se cumplen cuarenta años exactos del fallecimiento de François Truffaut (1932-1984). Y qué mejor manera de rendirle homenaje que revisando la que fuera su ópera prima, aparte de título icónico de la Nouvelle Vague y una de las películas más influyentes de todos los tiempos. Se da la circunstancia, además, de que Les quatre cents coups (1959) inauguraba una longeva y fructífera colaboración entre el cineasta francés y su joven protagonista, Jean-Pierre Léaud, genial descubrimiento (tenía apenas quince años) que se iba a convertir en alter ego del director a lo largo de dos décadas y otros cinco largometrajes, siempre interpretando al mismo personaje: Antoine Doinel. Quien, entrega tras entrega, iría gradualmente madurando desde el díscolo adolescente del filme que nos ocupa hasta alcanzar la edad adulta. Hoy, por cierto, desde el pasado 28 de mayo, para ser exactos, Léaud es ya octogenario...

Un guion a todas luces autobiográfico arroja la impronta del calvario que debió ser la infancia y adolescencia del propio Truffaut. Todo ello precedido de un contexto familiar complejo en el que la madre (Claire Maurier) se casa con un hombre al que verdaderamente no ama (Albert Rémy) con la única intención de darle un apellido a su hijo. Y en la "aborrecida escuela" (que diría Machado) los discutibles métodos del maestro (Guy Decomble) no pintan un panorama mucho mejor que digamos. De modo que Antoine, apresado entre la espada de las trifulcas domésticas y la pared de los castigos escolares, opta por refugiarse en la lectura de Balzac o en hacer novillos para ir al cine o deambular en compañía de algún amigo por las calles de un París indiferente y plomizo.



Y, sin embargo, cuánta poesía subyace en esa misma realidad gris del muchacho incomprendido y problemático. Tal vez porque la mirada de Truffaut, quien a su vez dedica la cinta a André Bazin, destila una honestidad tan conmovedora como genuina. A este respecto, no cabe duda de que fue precisamente ese toque personal el que acabaría haciendo de esta obra maestra indiscutible, junto con À bout de souffle (1960) de Godard, uno de los hitos de un estilo cinematográfico, surgido de las inquietudes de los jóvenes críticos de la revista Cahiers du cinéma, mucho menos convencional en comparación a lo que hasta entonces se estilaba y, desde luego, más cercano a la realidad.

Cualidades que se condensan, como no podía ser de otra manera, en un desenlace memorable. Suena de fondo el pizzicato de la banda sonora de Jean Constantin. Un chaval corre jadeante y un tanto desorientado a través de una playa desierta. La cámara lo sigue hasta que se detiene a orillas del mar, en uno de los planos secuencia más emotivos que jamás se hayan filmado. También es un final abierto, sobre todo por esa mirada perdida del protagonista que nos interpela fijamente desde el otro lado de la pantalla, clavándose directamente en el objetivo y congelada para siempre bajo la palabra Fin.



4 comentarios:

  1. Alejada del melodrama, incluso con algunos momentos de un humor muy particular, se convierte también en una especie de canto a la esperanza y, sobre todo, a la búsqueda de la libertad. Una película con la que François Truffaut entró, por derecho propio, en la historia del cine

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    1. La infancia será, ya desde su primera película, uno de los temas predilectos de Truffaut a lo largo de su filmografía.

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  2. Una película legendaria que rebosa autenticidad.

    Un abrazo.

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    1. La primera piedra, en efecto, de una carrera repleta de títulos excelentes.

      Un abrazo.

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