viernes, 22 de febrero de 2019

Diez fusiles esperan (1959)




Director: José Luis Sáenz de Heredia
España/Italia, 1959, 89 minutos

Diez fusiles esperan (1959)
de José Luis Sáenz de Heredia


No hay detalle en esta coproducción hispanoitaliana que no rezume un innegable sabor barojiano, desde la ambientación rural vasca de las escenas rodadas en exteriores hasta sus personajes masculinos, que son todo voluntad y carácter. Sin embargo, no es al autor de Zalacaín el aventurero (novela que, por cierto, había sido llevada a la pantalla por Juan de Orduña un poco antes, en 1955) a quien se debe el presente drama histórico enmarcado en las guerras carlistas. Fue Carlos Blanco el responsable de escribir un guion en el que dos hombres que aman a la misma mujer pondrán a prueba la amistad que les une y sus más firmes convicciones.

A José Iribarren (Paco Rabal) lo condenan a morir fusilado (de ahí el título), pero tras haberle sido leída la sentencia (el espectador reconocerá a un jovencísimo Jesús Puente en el alguacil encargado de tal cometido) y habiendo objetado que si merodeaba por las inmediaciones era con la intención de ir a conocer a su "hijo" recién nacido, el coronel que preside el tribunal (Félix de Pomés) se apiada de él y le permite que se reúna con la madre y el niño a condición de que vuelva y se entregue al día siguiente.



A partir de este momento la trama se enfrasca en una serie de saltos atrás en el tiempo cuya finalidad es dar a conocer cómo José y Miguel (Ettore Manni) se enamoraron de Teresa (la venezolana, afincada en Méjico, Rosita Arenas), una noche lluviosa en un teatro de provincias, vacío y con goteras, en el que la compañía de don Leopoldo Bejarano (Memmo Carotenuto) se dispone a representar El viaje del alma, auto sacramental de Lope de Vega.

Durante buena parte de la película, se jugará a hacernos creer que José, amante despechado, opta por desertar. Pero por más que en los créditos iniciales se utilice el término "guerra romántica" para subrayar el carácter eminentemente melodramático de la historia, conviene no perder de vista los valores castrenses que, desde instancias oficiales, se pretendían difundir en la España de finales de los cincuenta. Algo que se revela bien a las claras cuando Miguel, en el momento álgido de su despedida, le dice a Teresa cómo le gustaría que educase a su futuro retoño: "Háblale mucho de mí, desde el primer día, y aunque no te entienda. [...] Dile cómo fui... y cómo hay que ser. Que te cuide como yo, que hable con Dios todos los días y que... aunque cada vez lo vea escrito más pequeño, él escriba siempre honor y deber con letras grandes. Porque es cierto que sin esas dos cosas no se puede vivir... ni morir."


5 comentarios:

  1. Que tal Juan!
    Interesante como de costumbre tu reseña. Como bien apuntas estas peliculas incluian estrategicamente colocadas esas cargas ideologicas para mantener al personal en posición de firmes.
    Dejando a un lado esos detalles de la epoca en que fueran producidas a mi me resultan entretenidas de ver, aunque esta la tengo algo olvidada.
    Saludos!

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    1. Ya ves: me encanta desempolvar viejas pelis que ya nadie recuerda. Sobre todo del cine español. Y no por patrioterismo ni nada por el estilo, sino más bien por un acto de justicia poética, de juzgarlas con imparcialidad en función de sus méritos artísticos o del valor histórico de sus imágenes.

      Gracias por tu comentario y hasta pronto.

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  2. Grabé la película en Miami cuando la pusieron por TVE en el Cable. La pusieron después de El Rey del Río y una discusión de los dos filmes. La discusión se alargó y Diez Fusiles empezó más tarde y se acabó la grabación sin enseñar los últimos 10 minutos y no sabemos como acabó. Por favor digan como terminó.

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    1. José (Paco Rabal) hace creer a su entorno que abandona las armas para exiliarse a Francia, aunque en realidad no es cierto, sino que acude a la cita que tenía con el coronel García Zapata para que lo fusilen. En la última escena, Miguel (Ettore Manni) se reúne con el coronel para recabar información y éste lo conduce a una sala, donde le muestra el cuerpo sin vida de José sobre una mesa. Convencido, al fin, de que José no fue ningún traidor, Miguel carga el cadáver de su amigo sobre una mula y los vemos alejarse, de espaldas, caminando rumbo al horizonte.

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    2. Muchas gracias a Cinefilia.
      Inutil muerte la de José, pero mejor que si Miguel hubiera sido el fusilado; dejar viuda joven e hijo huérfano, sin comerlo ni beberlo, hubiera sido una estupidez mayor.

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